Rosana alzó la mirada y se encontró con los ojos de Dionisio.
Él se inclino hacia ella y la beso, mientras subía el panel divisorio del cafro, bloqueando la vista entre los asientos delanteros y traseros.
Al principio, Rosana abrió mucho los ojos, sorprendida, pero al final no lo empujó.
Afuera, el invierno ya se hacía sentir, el frío era intenso, pero dentro del carro parecia que todo el calor del mundo se había concentrado en ellos.
Ambos se separaron, respirando agitados. Rosana se recostó en su pecho, escuchando el latido firme de su corazón justo al lado de su oído.
Dionisio, con la voz ronca, soltó:
-En este momento, quiero esto más que nada.
Rosana le dio un leve pellizco en la cintura:
-Oye, recuerda que todavía hay alguien en el carro.
Aunque el panel los separaba, el sonido seguía pasando, y la situación tenía un aire tan obvio que le daba un poco de pena. Él apoyó su frente en la de ella y preguntó:
-¿Vienes conmigo esta noche?
Rosana seguía abrazada a él, sintiendo el calor de su palma en la cintura, casí quemando a través de la tela.
Dionisio le susurró al oído y le dio un beso:
-Hace días que no tenemos una cita tú y yo.
Rosana todavía no sabía qué responder, pero Dionisio no le dio tiempo. Se dirigió al conductor.
Llévanos a donde vivo.
En ese momento, Rosana notó que el carro giraba y tomaba otra ruta.
Rosana le dio un pellizco más fuerte en la cintura. ¡Esto era demasiado evidente! El bochorno la hacía sudar frío.
Pero Dionisio solo bajó la mirada, sus ojos se oscurecieron, y volvió a besarla, esta vez con más intensidad. Su mano, que había permanecido en la parte baja de su espalda, se deslizó finalmente bajo su ropa, incapaz de contenerse.
El ambiente dentro del carro se sentía cada vez más cargado, como si la temperatura subiera a cada segundo.
Cuando por fin llegaron a la casa, Rosana no podía ni sostenerse en pie; Dionisio tuvo que cargarla en brazos hasta adentro.
Ella, apenada, se escondía en su pecho mientras subían juntos a la habitación.
Al fin logró escabullirse de sus brazos y corrió directo a la ventana. Justo como había sospechado, estaba nevando.
-Hace rato noté que parecía que iba a nevar. Y sí, ahí está.
Rosana se quedó mirando los copos que caían afuera, sintiendo la cara ardiendo.
Pero Dionisio la abrazó por detrás, rodeando su cintura con los brazos y apoyando la cabeza en su hombro.
Con voz baja y áspera, sugirió:
-¿Nos bañamos juntos?
Rosana se giró un poco, mirándolo con cara de reproche:
-¿No puedes pensar en otra cosa?
Dionisio no pudo evitar besarla de nuevo y le contestó en voz baja:
-Siempre pienso en todo de ti.
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Capitulo 1163
El beso se hizo más profundo; pronto le quitó el abrigo.
Las pestañas de Rosana temblaban. Él la cubría con su cuerpo, dominante y apasionado.
El calor en la habitación era casi sofocante.
De repente, el mundo cambio de lugar. De pronto, Rosana estaba tumbada en la cama, hundiéndose en la suavidad de las sabanas, como si flotara entre nubes, apenas sintiendo fuerza en el cuerpo.
Ella trató de detenerlo:
-¿No ibamos a bañarnos primero?
-Después, reviró Dionisio, tomándole las manos. Abrázame fuerte.
Rosana sintió bajo sus palmas la piel firme de él, más caliente que cualquier estufa. Su cintura estaba tensa, como la de un felino al acecho.
Jadeando, desvió la mirada hacia la nevada que cala afuera.
En el fondo, ella nunca había sido fan de los inviernos nevados; la última vez que vivió uno, también fue la última de su vida pasada.
-¿No estás concentrada? -preguntó Dionisio, los ojos encendidos.
Él apretó con más fuerza.
En ese instante, Rosana ya no pudo pensar en nada más. Solo existía ese hombre, abrazándola con tanto calor y ternura, como si fuera lo más valioso del mundo.
Al final, Rosana quedó exhausta, incapaz de mover ni un dedo.
Tiró de la sábana, pateó a Dionisio con el pie.
Él la sujetó por el tobillo:
-Perdón, se me fue la mano. Prometo ser más tierno la próxima. Ven, te llevo al baño.
Sin abrir los ojos, Rosana se dejó cargar hasta el baño.
Sumergida en la tina, vio cómo Dionisio se sentaba cerca:
–Déjame lavarte. Tú solo disfruta.
‘Pero sus manos ya estaban empezando a ser demasiado atrevidas. Rosana, harta, le quitó las manos de encima:
-¡Déjame, yo puedo sola!
Dionisio soltó una carcajada y se fue a la regadera a bañarse él solo.
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1:|:|:ཀུན གྱིས པ ས ས ཤིང 11:|:ཀུན ཀུང ཀཱ •་