Capitulo 1131
Capítulo 1151
Rosana se puso un poco nerviosa de inmediato.
Ella sabía desde antes que la señora Carmen estaba bastante delicada de salud. Luego se enteró de que se había ido al extranjero para recuperarse, y desde entonces no había vuelto a saber nada de ella.
Dionisio le tomó la mano a Rosana, dándole una mirada tranquila que buscaba tranquilizarla.
Él habló con voz suave:
-Ya entiendo. Entonces nos vamos, descanse usted primero.
-Sí, váyanse tranquilos. Yo estoy bien sola, no se preocupen por mí. Más bien, salgan a divertirse, vayan a pasear o tengan una cita, disfruten la vida.
Flora de verdad se sentía satisfecha con este desenlace.
Antes le preocupaba que Rosana y Dionisio jamás pudieran estar juntos. Pero la vida da vueltas, y quién iba a imaginar que aquel accidente de carro tenía un trasfondo oculto.
Ahora que el juicio terminó, Miranda pagó las consecuencias, y Rosana junto a Dionisio lograron dejar atrás el pasado y estar juntos.
De verdad, le parecía maravilloso.
Rosana y Dionisio salieron juntos del hospital.
Ahora que todo lo de Flora quedaba resuelto, Rosana por fin podía estar tranquila.
Iban tomados de la mano y Rosana lo miró con curiosidad:
-¿No tienes que regresar a la empresa por la tarde?
Sí, pero al mediodía quiero que me acompañes a comer.
Rosana no puso objeciones, así que se dirigieron al restaurante más cercano, La Cúpula Dorada.
Al entrar al salón privado, Rosana rompió el silencio:
-Hace un montón que no venía aquí, no sé si…
No terminó de hablar porque Dionisio la empujó suavemente contra la puerta, inclinándose para besarla de golpe.
Rosana quedó atrapada, sin poder moverse ni un poco.
Él la sujetaba firmemente de la cintura, mientras con la otra mano sostenía su nuca.
Ese beso llevaba un toque urgente y dominante.
La verdad, Rosana también lo extrañaba. Se puso de puntitas, rodeó su cuello con los brazos y le correspondió al beso.
Sintiendo su respuesta, Dionisio respiró más profundo, y sin pensarlo la levantó, sentándola en la gran mesa redonda del
salón.
Se inclinó sobre ella, manteniéndola bien cerca, entrelazando sus respiraciones y acelerando el ritmo de sus corazones.
De pronto, Dionisio se detuvo y le arregló la ropa.
Rosana, jadeando un poco, lo miró sorprendida.
Él se inclinó para besarle la comisura de los labios y le susurró:
-Ya casi traen la comida.
Ahí fue cuando Rosana cayó en cuenta de dónde estaban. Bajo la mirada, y en ese instante escuchó su voz pegada al oído:
-No debí traerte a La Cúpula Dorada.
-¿Ah si? ¿Entonces a dónde?
-A un hotel.
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Capítulo 1151
Rosana alzó la vista y se topó con los ojos intensos de Dionisio, llenos de deseo, como si quisieran envolverla por completo.
Avergonzada, lo empujó:
-¡Qué descarado eres!
Dionisio se acomodó en la silla y la jaló hacia sus brazos:
-Lo digo porque así no nos interrumpe nadie. ¿O tú qué traías en mente?
Rosana se quedó callada, con la cara aún más roja.
Dionisio soltó una carcajada y la abrazó más fuerte:
-¿Ya te diste cuenta de cuánto te he extrañado?
El rubor de Rosana se intensificó.
Él continuó, mirándola de cerca:
-Me gustas, quiero estar más cerca de ti, tenerte conmigo todo el tiempo, no quiero separarme nunca.
Rosana, totalmente sonrojada, murmuró:
-Espera, en cualquier momento va a llegar alguien.
-No te preocupes, los meseros aquí tienen tacto. Por lo menos van a tocar la puerta antes de entrar.
Apenas terminó de decirlo, se escucharon unos golpecitos en la puerta.
Rosana aprovechó para zafarse y sentarse en la silla, manteniendo cierta distancia.
Dionisio sintió el vacío en sus brazos, pero no tuvo más remedio que apretar el timbre de la mesa.
La puerta se abrió y pronto empezaron a servir los platos.
Rosana, que en realidad tenía algo de hambre, tomó los cubiertos y empezó a comer junto con Dionisio.
De repente, Rosana recordó algo:
-Por cierto, ¿cuándo vamos a platicar con Sara sobre lo suyo? No podemos dejar que se queden sin su dinero, ¿no? -En unos días. Primero hay que asegurarnos de que el nuevo producto de la Empresa del Arce se lance sin problemas. -Está bien, mientras tanto podemos ir investigando por nuestra cuenta y ver cómo ayudarles poco a poco. Ambos siguieron comiendo, con la sensación de que, por fin, todo empezaba a acomodarse en sus vidas.