Capítulo 1149
Rosana alzó la vista y vio a Román aparecer al final del pasillo.
Naturalmente, Román también notó que Rosana y Dionisio iban tomados de la mano. Una sombra de desagrado cruzó fugazmente sus ojos, pero aun así mantuvo el gesto impasible y se acercó con decisión.
Rosana fue la primera en hablar:
-Ya estamos todos aquí en el hospital, ¿tú tienes alguna solución?
-Esta solución, seguro ya la imaginaste respondió Román, con ese tono seco tan suyo-. Flora fue envenenada y necesita un antídoto. Pero la receta sólo la tiene mi gente, y además, es una patente del pueblo.
A Rosana siempre le había gustado tratar con gente lista.
Lo miró de frente y preguntó:
-Está bien, ¿cuánto cuesta el antídoto?
-No está a la venta. No importa cuánto paguen, no lo vendo,
Román giró la cabeza y encaró a Dionisio:
-Entonces, Sr. Jurado, ¿qué va a hacer usted?
Dionisio mantuvo la voz cortante:
-Buscaré la manera de fabricar un antídoto.
-Pero si logras desarrollarlo, Flora ya estará muerta -le espetó Román, sin disimular el sarcasmo en los ojos-. A menos que Rosana lo pida, tal vez por ella te venda la receta. Es lo menos que puedo hacer, considerando lo que le debes a Rosana. No lo olvides.
Dionisio apretó los labios en una línea tensa:
-Lo tengo claro.
-Me alegra que lo sepas.
Sin más, Román sacó unos papeles de su portafolio y se los entregó a Rosana:
-Aquí tienes la receta del antídoto.
Rosana los recibió y, al instante, sintió cómo el peso en su pecho se aligeraba. Una sonrisa involuntaria asomó en su rostro mientras miraba a Román:
-¿Cuánto te debo por esto?
Román se quedó mirándola, como si no hubiera escuchado la pregunta, y soltó:
-Hace mucho que no veía esa sonrisa.
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Capitulo 1149
Rosana se quedó sorprendida, sin saber cómo responder.
Román le revolvió el cabello con suavidad, un gesto inesperado que la hizo tensarse.
-Mi vuelo sale hoy. Si algún día te encuentras en problemas, puedes buscarme -dijo, y al notar la incomodidad de Rosana, retiró la mano de inmediato-. Todo lo que pasó ya quedó atrás. No volverá a suceder, te lo prometo.
-No necesito tus promesas. Ahora sé cómo protegerme sola.
Rosana lo encaró con la espalda erguida, los ojos llenos de una fortaleza inquebrantable.
Román la observó y, por un segundo, recordó a la hermana de antes: tímida, siempre buscando la aprobación de los demás, esperando migajas de afecto. Pero esa chica ya no existía.
De pronto, Román sonrió, una sonrisa diferente, cargada de resignación y algo de orgullo:
-Sí, las cosas pueden cambiar. Pero pase lo que pase, siempre tendrás en mí a alguien que te respalde.
Tras decirlo, se marchó sin mirar atrás.
Rosana siguió su silueta hasta perderlo de vista. Luego, bajó la mirada al documento en sus manos. Una mezcla de sentimientos la invadió: alivio, confusión, cierta incredulidad.
Pensó que hoy sería un día difícil, pero al final, todo había salido mejor de lo esperado.
Sin pensarlo demasiado, extendió el papel hacia Dionisio:
-Toma, ni siquiera puso condiciones. Me sorprende, la verdad no termino de acostumbrarme.
Dionisio arrugó las cejas:
-Lo hizo a propósito, quería conmoverte.
Rosana asintió despacio:
-Lo sé. Pero entre nosotros no ha habido contacto en todos estos años. Tampoco me ha
hecho daño directamente.
Román siempre había sido una figura distante, casi nunca regresaba al pueblo.
En su vida pasada, todo se había torcido cuando la llevaron a la isla y le quitaron un riñón. Para entonces, su reputación estaba por los suelos y sus hermanos la despreciaban. Román, influenciado por los comentarios de sus otros hermanos, había llegado a detestarla y fue él quien se encargó de la cirugía.
Pero en esta vida, Rosana había sido capaz de modificar muchas cosas. Esta vez, esa tragedia no ocurrió.
-Tal vez él no te hizo daño directamente -replicó Dionisio-, pero el hecho de ignorar todo durante años, ¿eso lo hace buen hermano? Yo no creo que no supiera nada.
Rosana sonrió, con un dejo de ironía:
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Capítulo 1149
-No te preocupes, no me voy a dejar llevar por tonterías. Estos pequeños gestos no me
conmueven.
Quizá en el pasado, ella se habría emocionado hasta las lágrimas, convencida de que Román era un buen hermano.
Pero ya no era esa niña fácil de contentar con una simple golosina.
Dionisio revisó el documento con atención:
-Por este antídoto, le pagaré a la gente del pueblo el precio justo. No me gusta aprovecharme del trabajo ajeno.