Capítulo 472
Alberto miró a Ana. –Ana, ya hemos perdido suficiente tiempo con todo esto hoy, ahora deberías dejarme ver el amuleto.
-Alberto, ¿tienes tanta prisa por ver el amuleto? ¿Acaso sospechas, que no soy la chica que te salvó, verdad?
-Alberto, he notado que has cambiado demasiado, has empezado a ser frío conmigo, ¿por qué estuviste con Raquel anoche?
-Después de que fui tan lanzada hace un momento, y aun así me rechazaste, quieres estar con Raquel por eso no me tocas,¿acaso mi encanto es inferior al de ella?
La guapa cara de Alberto se bañó en una luz tenue, difícil de discernir con claridad. —Ana, mi paciencia tiene límites, si no sacas el amuleto ahora, entonces…
-¡Alberto, mira esto!
Ana sacó el amuleto.
Alberto se sorprendió demasiado; reconoció su amuleto al instante, el que ha sido transmitido de generación en generación por la familia Díaz, era único en su tipo.
¡Sí, era su amuleto!
¿La joven que lo salvó aquel año era Ana?
Ana miró a Alberto. -Alberto, el amuleto siempre ha estado conmigo, me siento muy herida por tu actitud, ¿cómo pudiste dudar de mí? ¿Raquel te dijo algo, que ella te había salvado?
-Esto es en verdad La fábula del hombre y la serpiente. Años atrás, cuando vi a Raquel en apuros, la dejé quedarse en la familia Pérez. Le conté a mi madre que te había salvado, y Raquel lo escuchó y mintió diciendo que ella fue quien te salvó.
-Si no fuera por este amuleto que prueba mi inocencia, ¿Raquel te habría engañado? ¿Una sola palabra de Raquel fue suficiente para hacerte dudar de esa manera de mí, para que negaras todos estos años de relación?
¡La chica que lo salvó aquel año era Ana!
Al ver el amuleto, Alberto no pudo expresar lo que sentía, parecía estar decepcionado, perdido.
Alberto anhelaba en su corazón, hubiera querido que la muchachita que lo había salvado aquel año fuera Raquel.
Su corazón, ya se había inclinado hacia Raquel.
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Había herido profundamente a Ana.
Ana metió el amuleto en su pecho, con los ojos enrojecidos, dijo, -Alberto, deberíamos romper.
Alberto se sobresaltó. -Ana.
-Alberto, yo te amo tanto, pero me has decepcionado demasiado. Desde ahora, terminamos, y todo lo que me pase ya no tiene que ver contigo. Ve y quédate con Raquel, haré de cuenta que nunca te salvé.
Después de decir esto, Ana se cambió de ropa y salió corriendo.
Alberto observó la dirección en la que Ana desapareció y apresurado la siguió.
En la entrada de la escalera, agarró el delicado brazo de Ana. —Ana, escúchame.
Ana se cubrió entristecida los oídos. -No quiero escucharte, no quiero saber nada de ti, Alberto, ¡has roto mi corazón! ¡Ya has olvidado las promesas que hicimos al principio! Alberto estaba en conflicto; extendió la mano y sostuvo con firmeza los hombros de Ana, apenado, dijo, -Ana, lo siento mucho.
Ana lo miró. —Alberto, ¿todavía quieres estar conmigo?
Alberto recordó enseguida su promesa, había dicho que se haría responsable
Ana era su chica.
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Alberto afirmó. —Sí.
por ella.
Ana, abrumada por la emoción, se lanzó decidida al pecho de Alberto y lo abrazó con intensidad. -Alberto, sabía que todavía me amabas.
La mirada de Alberto era compleja.
Ana replicó, -Alberto, no debes seguir diciendo entre Raquel y yo. Tienes que elegir entre nosotras, si no, los tres terminaremos heridos. Ahora, entre Raquel y yo, has hecho una firme elección, me elegiste a mí, no vas a vacilar, ¿verdad?
Alberto guardó silencio por unos segundos, luego afirmó con desgano. —Sí.
-Qué bien, Alberto; entonces estaremos juntos para siempre, nunca más nos separaremos,
Alberto sintió que no podía seguir vacilando; no podía dejarse engañar por Raquel de nuevo. Ana era la chica a la que debía proteger y amar por siempre.
Alberto extendió su brazo, y lentamente pero con fuerza, abrazó a Ana.
Esta vez, había tomado una dolorosa decisión.
