Capítulo 31
Vanessa agitó las manos con desesperación y gritó: -¡Papá, sálvanos!
Alejandro escuchó la voz y miró hacia donde estaban, dispuesto a ir hacia ellas, pero de repente vio a Celeste al otro lado.
Se detuvo en seco.
En ese instante, el corazón de Vanessa se subió hasta su garganta.
El fuego era demasiado intenso, solo podía salvar a una persona.
Alejandro le dirigió una mirada profunda a Vanessa, una mirada que delataba la lucha interna de su dueño.
Sin embargo, pronto tomó una decisión y se dirigió hacia la dirección opuesta a Vanessa.
Vanessa supo entonces que una vez más había sido abandonada.
Cuando Alejandro salió del infierno de llamas con Celeste en brazos, Vanessa dejó de depositar sus esperanzas de sobrevivir en él.
Con el fuego a punto de devorarlas, Vanessa no tuvo tiempo de sentirse triste.
Jimena, en sus brazos, estaba tan afectada por el humo que no podía abrir los ojos y su cuerpo empezaba a quedar sin fuerzas.
Vanessa se obligó a mantenerse tranquila, y justo cuando pensaba que morirían ahí, vio una ventana en la esquina y se le ocurrió una idea.
Arriesgando ser quemada, regresó al dormitorio a buscar una cobija, la empapó y se la puso encima antes de volver a donde estaba Jimena.
-Jimena, aguanta -Vanessa sacudió a su amiga.
-Vane, de verdad ya no puedo más, siento que voy a morir -Jimena estaba sin fuerzas y no quería moverse.
-No digas eso, vamos a salir de esta -dijo Vanessa, agachándose para cargarla sobre su espalda.
Con su cuerpo delgado, Vanessa avanzó lentamente, llevando a su amiga hacia la ventana.
Estaban a solo unos pasos cuando un estruendo se escuchó detrás de ellas, seguido de una explosión.
El rostro de Vanessa cambió de inmediato. Rápidamente cambió de posición con Jimena, cubriéndola con su propio cuerpo.
Un estallido ensordecedor hizo que la sangre brotara de los oídos de Vanessa, y en ese momento, todo a su alrededor se tornó silencioso.
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Capítulo 31
Con el dolor perforando sus oídos, Vanessa rodó en el suelo, pero con gran esfuerzo se levantó
y levantó a Jimena, utilizando todas sus fuerzas para sacar a su amiga por la ventana antes de seguirla.
Una vez fuera del incendio, alguien de buen corazón llamó a una ambulancia.
Cuando volvió a abrir los ojos, ya estaba en el hospital.
Al despertar, no había nadie a su lado, estaba sola en la habitación.
El doctor la miró con compasión antes de tener que informarle la dura verdad:
-Pequeña, es posible que tus oídos nunca vuelvan a escuchar.
Vanessa ya lo sospechaba, pero al escuchar la confirmación, lloró sola en su habitación durante todo el día.
Al día siguiente, Alejandro llegó.
Sin embargo, su expresión no era buena.
No le preguntó cómo había escapado ese día ni si estaba herida. Su primera palabra fue una
acusación:
-¿Por qué hiciste eso?
Vanessa, confundida, lo miró sin comprender: -¿Qué hice?
El hombre, con el rostro endurecido, no le respondió.
La respuesta llegó en forma de una bofetada de Alejandro.
Ese golpe dio justo en su oído izquierdo, un dolor que resonó, pero al mismo tiempo, un silencio absoluto; su oído izquierdo no escuchaba nada.
-¿Cómo puedes ser tan malvada? ¿Odias tanto a tu hermana que querías verla morir en las llamas?
El dolor físico y la angustia emocional hicieron que Vanessa se rompiera. De repente, gritó sin control hacia Alejandro:
-¡No fui yo! ¡Fue ella, ella quería hacerme daño, quería quemarme viva!
En ese instante, parecía haber perdido la razón.
No importó cuánto gritara o cómo intentara explicar después; nadie le creyó.
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