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Capítulo 1125
Benito se acercó directamente y de inmediato reconoció al abogado que ya había visto antes.
Aquel día lo había visto en el tribunal; era el abogado que la mamá de Leonor había contratado.
Con el ceño fruncido, Benito preguntó de forma cortante:
-¿Y tú a qué vienes?
El abogado, al ver a Benito, cambió de semblante de inmediato, como si no esperara que fueran ellos quienes se presentaran y no Rosana.
Por un instante, el abogado dejó ver una expresión de sorpresa, pero pronto recuperó la compostura,
-Soy el abogado contratado, vine especialmente para gestionar los trámites de entierro de la señora Leonor. Benito, apretando los dientes, replicó:
-¿Y el cuerpo? Nos han mentido todo este tiempo, y todavía quieren enterrarla aquí… ¿Acaso están soñando?
-Señor Benito, el cuerpo ya fue cremado. Además, ya adquirimos el lote de este cementerio. Ustedes no tienen derecho a impedir nada.
Sin pensarlo, Benito lo tomó por la solapa y lo jaló hacia él.
-¿Ah, si? ¿Por qué no pruebas lo que puedo hacer?
Julio intervino enseguida, con voz firme y desafiante:
-Estás en Alicante, aquí la familia Lines puede hacer lo que le dé la gana.
El abogado titubeó, pero trató de mantener la calma.
-¿No les preocupa que la prensa los exponga?
Julio soltó una risa seca y despreocupada:
-Total, la fama de la familia Lines ya es un desastre. Nos da igual que nos señalen más. Lo único seguro es que no vamos a dejar que algunos salgan con la suya.
Gerardo, con la mirada afilada, se dirigió al abogado:
-¿Tu jefa solo sabe mandar a su perro a morder? Lástima que solo sea un chihuahua que ni asusta.
El abogado, ofendido, se levantó del suelo y gritó:
-¿Te atreves a difamarme? ¡Te voy a demandar!
-Pues anda, hazlo. Si ya tienes planeado demandar, mejor deja que yo le agregue más motivos a tu demanda.
Luego, Gerardo se volvió hacia los guardaespaldas que los acompañaban.
-¡Háganlo! ¡Quitenle las cenizas de una vez!
El abogado se puso nervioso.
-¿Qué planean hacer?
Gerardo sonrió con desdén.
-¿No es tu jefa la que quiere enterrar a Leonor aquí para provocarnos? Pues mejor esparcimos las cenizas frente a la tumba de mis papás, así sigue en el cementerio, pero nos ahorramos el gasto de tumba. ¿No suena genial?
Sin dudarlo, los guardaespaldas que Gerardo había traído irrumpieron en el lugar y le arrebataron la urna de las manos al abogado, quien terminó siendo sujetado contra el suelo.
Cuando Benito vio la urna, los ojos se le llenaron de rabia.
El abogado, de rodillas en el pasto, suplicó desesperado:
-¡No pueden hacer esto!
Benito, con voz sombría, respondió:
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-¿Y por qué no? ¿Piensas que somos buena gente? Te equivocas, no somos ningunos santos.
Gerardo miró a Benito y asintió,
-Solo la gente decente se preocupa por esas reglas.
En ese momento, Julio se adelantó, levantando una mano para calmar los ánimos.
-Esperen un momento.
En ese instante, Rosana apareció y entró al lugar. Observó la urna y luego se dirigió al abogado:
-Tu, en realidad, esperabas que yo viniera, ¿cierto?
El abogado dudó un segundo, pero no respondió.
Rosana se acercó, mirándolo fijamente.
-¿Crees que quedarte callado te va a salvar? Habla, ¿tanto rodeo para qué? ¿Cuál es el verdadero plan?
Rosana sabía desde antes que sus hermanos de la familia Lines estaban en el cementerio; en el fondo, había llegado tarde a propósito, solo para ver hasta dónde llegaban las intenciones de todos.
Julio, algo inquieto, intentó disuadirla:
-Rosana, déjanos a nosotros. No tienes que involucrarte. Lo que esa mujer esté planeando no tiene nada que ver contigo.
Nadie quería que Rosana saliera lastimada.
Pero Rosana se mantuvo serena.
-Pero si ustedes están aquí, no es muy diferente a que yo venga. Para la gente de fuera, todo lo que hagan mis hermanos termina afectándome. No hay manera de desligarse.
Rosana miró de nuevo al abogado.
-¿No vas a hablar?
El abogado, con el rostro tenso, contestó:
-Solo cumplo con el encargo de gestionar el entierro de la señora Leonor. No tienen derecho a impedirlo. Además, dañar las cenizas de una persona es ilegal. Nos veremos en los tribunales.
Rosana alzó los hombros, totalmente indiferente.
-Háganlo, demanden si quieren. Nosotros haremos lo nuestro.
Justo después, Benito se adelantó.
-Así es. Entréguenme la urna. Ahorita mismo la voy a esparcir yo mismo.
En su interior, Benito hervía de coraje. Había esperado este momento por años, y lo único que deseaba era ver las cenizas de Leonor esparcidas, como si con eso pudiera borrar todo el odio acumulado.

