Capítulo 35
Mientras Nicolás y Rodrigo conversaban a puerta cerrada en el estudio, Aitana permanecía ajena al contenido de aquella discusión, absorta en la soledad que ya le resultaba familiar. Cuando la señora Macías despertó de su descanso vespertino, todos se congregaron en el amplio comedor para la cena. Fernando, el otro hijo de los Macías, continuaba ausente.
En la imponente mesa rectangular, Nicolás y Paulina presidían desde ambas cabeceras, como dictaba la jerarquía familiar. Rodrigo y Cristóbal tomaron asiento cerca de Nicolás, mientras Aitana, en un movimiento calculado que no pasó desapercibido, eligió colocarse junto a Paulina en lugar de ocupar su habitual espacio al lado de su esposo.
Las miradas convergieron sobre ella con curiosidad apenas disimulada. Anticipándose a cualquier comentario de su suegra, Aitana seleccionó delicadamente una porción del platillo predilecto de Paulina y lo sirvió en el plato de la matriarca, acompañando el gesto con una sonrisa cálida.
-Hace tiempo que no vengo, y quiero pasar más tiempo contigo, mamá.
Aquella excusa enmascaraba su verdadero propósito: evitar la proximidad con Rodrigo. Paulina, sin embargo, recibió la atención con genuino placer, sin insistir en la usual disposición de los asientos.
Rodrigo contrajo levemente el entrecejo ante la maniobra, pero se abstuvo de hacer comentario alguno. La velada transcurrió bajo un velo de aparente cordialidad que ocultaba las tensiones subyacentes. Se había acordado previamente que al día siguiente partirían desde esta residencia ancestral hacia la reunión de los Lavalle, por lo que esa noche los tres se alojarían allí.
En la antigua casa familiar, Aitana y Rodrigo compartían nominalmente una habitación, mientras Cristóbal ocupaba la contigua.
-Mamá, ya me quiero bañar.
Cristóbal, aburrido después de chatear con Guadalupe, buscó a su madre con cierta expectativa. Ya había superado su enojo por el comentario sobre la señorita Guadalupe; simplemente evitaría mencionarla frente a su mamá, manteniendo su amistad en secreto. Últimamente sentía a su madre distante, menos cariñosa que antes, lo cual le provocaba una mezcla de inquietud y nostalgia.
El pequeño había supuesto que, como siempre, Aitana vendría a bañarlo y contarle un cuento. Esta vez prometía escuchar con atención, como ofrenda de paz. Sin embargo, después de esperar sin resultados, decidió buscarla él mismo.
Aitana vio a Cristóbal en la puerta con expresión anhelante. Suspiró para sus adentros, dejó el libro de diseño que revisaba y se acercó. Sin importar qué pasara con su matrimonio, su deber como madre seguía siendo prioritario.
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Capitulo 35
La cara de Cristóbal se iluminó de inmediato, tomando aquel gesto como señal de que todo estaba bien nuevamente. Aitana preparó cuidadosamente el agua a la temperatura perfecta, lo bañó con ternura, le ayudó a cepillarse los dientes y escuchó con una sonrisa genuina las historias entusiastas que narraba. Observó que, tal vez por precaución, Cristóbal no mencionó ni una sola vez a Guadalupe.
Después del baño, le puso una pijama suave y, respondiendo a su petición, se sentó a su lado para iniciar el cuento nocturno. Apenas había comenzado cuando la tableta sonó con una notificación. Por reflejo, Aitana miró hacia el dispositivo y vio que todos los mensajes eran de la señorita Guadalupe. Desvió la mirada rápidamente, pretendiendo no haber notado nada.
Cristóbal, sin embargo, se apresuró a tomar la tableta y voltearla, frunciendo el ceño mientras le solicitaba a su madre que se retirara.
-Mamá, mejor déjalo para mañana. Mañana me cuentas el cuento.
Aitana contempló a su hijo en silencio. Cuando él comenzó a inquietarse, evadiendo su mirada, simplemente dejó el libro sobre la mesita de noche.
-Duerme temprano, no…
Quiso advertirle sobre desvelarse jugando, pero recordando cuánto detestaba Cristóbal esas admoniciones, enmudeció y abandonó la habitación. ¿Para qué pronunciar palabras que caerían en oídos sordos?
Cristóbal observó la silueta materna desaparecer tras la puerta y experimentó una inexplicable opresión en el estómago.