Capítulo 30
Aitana guardó su teléfono y se preparó para recibir a su suegra. Sin esperar que se acercara más, se adelantó, tomó las manos frías de la mujer y la condujo rápidamente al carro. Su suegra siempre había tenido una salud delicada, y el frío no le sentaba nada bien.
-Ma, ¿por qué saliste con este frío? Pudiste mandar el carro por mí. Te vas a enfermar y ni guantes traes.
Aitana recibió del guardia en el asiento delantero un par de guantes de felpa calentitos y se los puso a su suegra. Desde que tuvo a su segundo hijo, el hermano de Rodrigo, hace dieciocho años, la salud de su suegra había decaído considerablemente. Por más que intentaran cuidarla, su condición no mejoraba, y el frío era su peor enemigo. Cada vez que enfermaba, toda la casa se sumía en la preocupación y el caos.
Antes de que Aitana pudiera decir algo más, se dio cuenta de que su suegra la miraba con una sonrisa. A pesar de tener más de cincuenta años, su rostro no mostraba signos de envejecimiento. Irradiaba una luz cálida y apacible, con un toque de fragilidad y melancolía en su mirada, pero con una ternura casi infantil que resultaba encantadora. Estaba claro que su suegra había vivido protegida tanto por la familia Ferrer como por la familia Macías. Incluso a su edad, sus ojos permanecían claros y puros, como si no conociera las durezas del mundo.
Con esa sonrisa, cualquier enojo que Aitana pudiera tener desapareció, y su corazón se ablandó.
-Ma, ya no hagas esto. Si te enfermas, todos nos preocupamos muchísimo -suspiró Aitana.
Paulina asintió obediente y, sin decir más, le pasó a Aitana otro par de guantes calentitos. Aunque el carro tenía calefacción y Aitana no los necesitaba, ante la insistencia de su suegra, se los puso.
Durante el trayecto, Paulina charlaba animadamente, quejándose de que ni Aitana ni Rodrigo la visitaban con frecuencia, mientras que su nieto sí lo hacía de vez en cuando. Prometió que cuando Rodrigo regresara, lo pondría en su lugar.
Aitana escuchaba con atención y respondía de vez en cuando. Su familia original no había sido un buen entorno; sus padres la consideraban solo como un medio para sustentar a su hermano. Hasta intentaron venderla para conseguir dinero para su dote cuando fue aceptada en la Universidad Libre de las Américas. Si no hubiera sido por la ayuda de alguien, su vida habría sido un infierno.
Aitana había querido a Rodrigo, pero siempre lo había envidiado por tener una madre que lo amaba tanto. Eso era algo que ella había deseado desde niña, pero que nunca pudo tener. Al casarse con la familia Macías, se sintió rodeada por ese amor. Su suegra era el regalo más grande que había recibido en este matrimonio confuso y fallido. Pero quizá el destino siempre le había reservado una parte, y lo hermoso en su vida siempre se le escapaba como arena entre los dedos.
“Quizás lo que no es para uno, nunca lo será.”
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Capitulo 30
Una vez que se finalizara su divorcio con Rodrigo, la familia Macías sería cosa del pasado, y ella no regresaría más a la vieja casa familiar. Su relación con su suegra también llegaría a su fin. Pensando en esto, Aitana suspiró y, sin poder evitarlo, le hizo una petición a Paulina.
-Ma, ¿podrías hablar con Rodrigo para que regrese esta noche? -dudó, recordando lo apurado que había salido Rodrigo, y agregó. O mañana en la noche si puede. Solo que venga a casa para cenar todos juntos.
Rodrigo había estado evitando la comunicación. Aitana pensó que la cena en la casa vieja sería una oportunidad, pero él había salido corriendo tras su amor platónico con los niños. Su paciencia estaba a punto de agotarse. Si ella no lograba convencerlo, tal vez su suegra sí.
Sin saber lo que Aitana realmente pensaba, su suegra prometió que, si volvía, pondría a Rodrigo en su lugar. Aitana ya había tomado su decisión, así que solo sonrió al escucharla, sin añadir
nada más.
