Capítulo 24
Aitana ya no insistió en rechazar la oferta. Estas personas no tenían problemas de dinero y negarse repetidamente solo provocaría malestar. Sin embargo, algo le quedaba claro: no pensaba colaborar con ellos nuevamente. El ambiente en ese lugar resultaba asfixiante, casi opresivo. El anfitrión proyectaba amabilidad y refinamiento, pero permanecer demasiado tiempo en ese espacio generaba una inexplicable sensación de ahogo, intensificada por aquel sutil pero persistente olor a sangre que había detectado. No era miedo lo que sentía, sino una profunda incomodidad que le advertía mantenerse alejada. Encontrándose en territorio ajeno, prefirió no exteriorizar estas sensaciones; simplemente sonrió con cortesía y asintió.
Le colocaron nuevamente la venda sobre los ojos y la escoltaron montaña abajo. Al llegar al pie, Aitana condujo hacia una zona bulliciosa de la ciudad para alimentarse. Renata, siguiendo lo acordado, la llamó, pero Aitana omitió mencionar cualquier detalle sobre lo sucedido en la montaña. Sabía perfectamente qué información era apropiado compartir y qué curiosidades debía mantener en silencio. La imagen de aquel hombre, cuyo rostro le resultaba vagamente familiar, dejó una inquietante sensación en su mente, aunque decidió no indagar más en el asunto.
No necesitó buscar respuestas; estas llegaron por sí solas. Apenas había estacionado su carro en un garaje cercano a una avenida concurrida y se dirigía hacia su restaurante favorito, cuando una voz masculina, arrogante y desagradablemente familiar, pronunció su nombre.
-¿Aitana?
Ella se detuvo en seco y giró para identificar a quien la llamaba, con el ceño ya fruncido en anticipación. A pocos metros de distancia, un joven vestido con ropa moderna y porte despreocupado la observaba. Era atractivo, pero su actitud provocaba en Aitana un rechazo inmediato.
Era Vicente Lavalle, amigo de infancia de Rodrigo y uno de los admiradores más fervorosos de Guadalupe. Desde pequeño, Vicente había albergado sentimientos por ella, pero reconociendo el amor incondicional que Guadalupe profesaba por Rodrigo, sumado al hecho de que este era su mejor amigo y un hombre excepcional, Vicente comprendió que carecía de oportunidad. Optó entonces por mantenerse a su lado en silencio, convertido en un devoto admirador sin
esperanza.
Aunque, siendo sincera, Aitana carecía de autoridad moral para juzgarlo. En el pasado, ella también había sido una admiradora incondicional de Rodrigo… solo que no tan extrema como Vicente. Por un incidente anterior, Vicente siempre había creído que Aitana fue la responsable de separar a Guadalupe y Rodrigo, sin considerar que ellos ni siquiera mantenían una relación
en ese momento.
Desde entonces, Vicente no había cesado en ponerle obstáculos. En una ocasión, incluso utilizó el celular de Rodrigo para enviarle un mensaje, solicitándole que le llevara comida a la oficina, y organizó que un chofer la recogiera. Al creer que la petición provenía de Rodrigo, Aitana acudió llena de ilusión. Para su desconcierto, el chofer enviado por la familia Macías no la condujo a la oficina, sino a una villa solitaria en las afueras.
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Sospechando que algo no estaba bien, Aitana intentó abandonar el vehículo, pero fue retenida contra su voluntad. Le arrebataron su celular y la encerraron en aquella silenciosa propiedad, sin posibilidad de comunicarse con el exterior, hasta que una semana después Rodrigo retornó del extranjero y la liberó. Fue entonces cuando descubrió que aquel día era el cumpleaños de Guadalupe y Rodrigo se encontraba fuera del país.
Tras ese incidente, Aitana decidió no intentar reintegrarse al círculo de Rodrigo y se alejó voluntariamente. Vicente estaba completamente trastornado.
-¿Aitana? ¿Qué haces aquí?
Vicente frunció el ceño y se aproximó con pasos decididos. Como si hubiera llegado a una conclusión irrefutable, sentenció:
-Ya sé, viniste siguiendo a Rodrigo y Guadalupe, ¿verdad? Aitana, ten un poco de dignidad. Fuiste tú quien los separó. Ahora que Guadalupe regresó, deberías alejarte por tu cuenta. Y aquí estás, tratando de fastidiar.
Aitana, incrédula ante tal acusación, pensó para sí “Está loco“, pero se dio cuenta de que lo había expresado en voz alta.
Vicente abrió los ojos desmesuradamente y la miró con furia:
-¿Qué dijiste?
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