Capítulo 15
Sedas de los Andes, un estudio de diseño único. Aitana entró a otra habitación y encendió la luz. Allí descansaba un traje de etiqueta púrpura oscuro con exquisitos bordados de estilo tradicional latinoamericano, confeccionado meticulosamente para un cliente que representaba todo un enigma. A pesar de ser una pieza personalizada, jamás había visto al cliente en persona; solo había recibido una tabla detallada con sus medidas y preferencias estilísticas… y vaya que tenía un gusto refinado. Si no fuera porque una amiga cercana le había recomendado el proyecto, Aitana habría vacilado en aceptarlo inicialmente. El pago, sin embargo, era extraordinario: solo de anticipo, el cliente había desembolsado un millón de pesos, lo que convertía este encargo en la transacción más significativa de su carrera hasta el momento, un verdadero hito profesional.
La entrega del traje estaba programada para dentro de unos días, y Aitana estaba decidida a concentrarse en perfeccionar los últimos detalles durante el fin de semana. Aquella noche, optó por quedarse a dormir en el estudio.
Al día siguiente, Aitana se sumergió en los detalles finales del traje mientras organizaba su portafolio de creaciones a lo largo de los años. Las horas transcurrieron inadvertidas hasta que la llamada de Renata invitándola a cenar la devolvió a la realidad, haciéndole notar su hambre acumulada. Se incorporó tan bruscamente que casi pierde el equilibrio. Tomó una pastilla de azúcar que siempre llevaba consigo y condujo hacia el restaurante reservado por Renata. Al estacionar y disponerse a bajar, se paralizó.
A escasa distancia, distinguió un vehículo familiar. De pronto, observó a Guadalupe y Rodrigo descendiendo del auto. Antes de poder asimilar la coincidencia, su hijo Cristóbal emergió también, corriendo hacia Guadalupe con una familiaridad que le desgarró el alma. Aitana sintió un nudo opresivo en la garganta mientras su corazón se contraía como bajo el impacto de una roca. Presenciar la escena en persona resultaba infinitamente más doloroso que simplemente escucharla.
Conteniendo la náusea que ascendía por su pecho, Aitana bajó ligeramente la ventanilla. La voz infantil de Cristóbal inundó el espacio.
-¿Por qué no me contestas? Ya regresaste al país, entonces, ¿por qué no puedo vivir contigo? Quiero estar contigo todos los días, te extraño muchísimo.
Guadalupe acarició la cabeza de Cristóbal, sus ojos resplandeciendo con ternura cautivadora.
-Eso va a pasar, Cristóbal, no te preocupes.
-¿En serio? -preguntó Cristóbal con mirada iluminada.
Guadalupe elevó la vista hacia Rodrigo, quien permaneció en silencio, y luego asintió con una
sonrisa.
-Claro que sí.
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En ese instante, se aproximaron unos jóvenes igualmente atractivos, saludando a Rodrigo y Guadalupe desde lejos.
-Rodrigo, Guadalupe, llevamos rato esperándolos.
-Vengan, vengan, hoy Rodrigo nos invitó para darle la bienvenida a Guadalupe y celebrar su regreso triunfal al país.
Aitana reconoció a aquellos jóvenes; eran amigos de toda la vida de Rodrigo, todos pertenecientes al mismo círculo social. En realidad, también habían sido amigos de infancia de Guadalupe. Ambos habían crecido juntos, con familias cercanas, e incluso sus padres habían considerado que terminarían formando una pareja. Aunque nunca oficializaron una relación romántica, todos anticipaban que era cuestión de tiempo.
Nadie esperaba que Aitana irrumpiera súbitamente en sus vidas. Finalmente, Rodrigo se casó de manera inesperada con una mujer desconocida: Aitana. En aquel entonces, Guadalupe estudiaba en el extranjero. Tras enterarse del matrimonio repentino de Rodrigo y Aitana, permaneció fuera del país durante varios años. Los amigos comunes de Rodrigo y Guadalupe jamás aceptaron a Aitana. La consideraban indigna de él, convencidos de que había empleado artimañas para conquistarlo y que no merecía estar a su lado, mucho menos humillar a Guadalupe de esa manera.
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