Capítulo 10
Renata había llegado a su límite. Aunque significara abandonar su profesión como abogada, nc permitiría que humillaran a su mejor amiga frente a sus ojos.
Estaba decidida a lanzarse con el bolso para atacar a Salvador, pero Aitana la detuvo con
firmeza.
-¡Suéltame, Aitana! Estos tipos se creen intocables por su dinero. ¡Le voy a romper la cara! Si tu marido no tiene vergüenza de engañarte en plena calle, ¿por qué le molesta tanto que lo graben? ¡Qué cobarde! -exclamó Renata, con los ojos encendidos de furia.
Aitana contenía el dolor punzante en su omóplato mientras gotas de sudor frío recorrían su frente, pero no aflojó el agarre sobre su amiga.
-Cálmate y mira hacia la esquina -murmuró con voz tensa..
Renata se detuvo instantáneamente y dirigió su mirada hacia donde Aitana señalaba. En algún momento, cuatro o cinco vehículos negros se habían estacionado estratégicamente. Las ventanillas descendieron, revelando hombres de traje con expresiones impenetrables. No había duda sobre quién controlaba la situación.
Salvador extendió nuevamente su mano.
-La señora siempre ha sido inteligente, sabe perfectamente qué debe hacer.
Renata observaba la escena, incrédula ante lo que presenciaba.
-¿No se supone que son esposos? ¿Cómo pueden tratarte así?
Lo que ocurría frente a ella no parecía un problema matrimonial, sino un enfrentamiento entre rivales. Sabía que el matrimonio de Aitana atravesaba dificultades, pero jamás imaginó semejante hostilidad. ¿En qué se convertía la vida tras un matrimonio como ese?
Aitana comprendió que aquella noche no encontrarían una solución sencilla. Desde su posición, observaba a Rodrigo quien, mientras ella era acorralada por sus propios empleados, conversaba animadamente con Guadalupe, su antigua amante. Ambos proyectaban la imagen de una pareja feliz, completamente ajenos al conflicto que habían provocado.
Y quienes ahora la intimidaban eran enviados directos de su esposo.
Era absurdo.
Sentía agujas invisibles clavándose en su pecho. Aitana cerró los ojos brevemente y, al abrirlos, su rostro reflejaba una serenidad gélida. Una sonrisa forzada apareció en sus labios mientras su mirada se tornaba vacía, desprovista de cualquier emoción.
Encaró a Salvador con determinación.
-Puedo eliminar las fotos de mi teléfono, pero Renata no captó ninguna imagen. Ella no tiene nada que ver en esto.
15.55
-Eso lo verificaré personalmente -respondió Salvador, inflexible.
-Eso no va a suceder.
Aitana se mantuvo firme en su posición.
-Si tienes valor, mátame aquí mismo frente a Rodrigo y todos los testigos en la calle. De lo contrario, ni pienses en tocar el celular de mi amiga.
Aunque pasaban de las diez de la noche, la calle rebosaba de actividad con sus reconocidos bares y restaurantes.
Varios transeuntes observaban la escena con curiosidad, algunos incluso tomaban fotografías. Rápidamente, los guardaespaldas de negro que descendieron de los vehículos se encargaron de disuadirlos. Aquella noche, nada de lo ocurrido trascendería, aunque si la situación escalaba, resultaría imposible ocultarla.
Salvador guardó silencio.
Aunque Rodrigo no sentía aprecio por Aitana, ella seguía siendo la esposa legítima del heredero del Grupo Macías, y la situación había alcanzado un límite peligroso.
Aitana señaló hacia la entrada del bar.
-Ya te dije que mi amiga no tiene nada que ver. Si tomó fotos o no, pueden verificarlo ustedes mismos con la cámara de seguridad.
Salvador observó a la mujer frente a él, sorprendido por su inesperada determinación. Arqueó una ceja y, tras un momento de vacilación, comenzó a redactar un mensaje en su teléfono.
Pronto recibió respuesta.
El semblante de Salvador se suavizó ligeramente. Solo después de comprobar que Aitana había eliminado todas las imágenes comprometedoras y revisar minuciosamente su dispositivo, decidió retirarse.
Aitana observó a la distancia cómo, tras recibir el informe de Salvador, Rodrigo ni siquiera le dirigió una mirada antes de girarse para entrar con Guadalupe en un restaurante cercano.
A mitad de camino, Guadalupe, que se aferraba al brazo de Rodrigo, volteó súbitamente hacia Aitana. Sus ojos brillaban con malicia y, llevándose una mano a los labios manchados de labial, esbozó una sonrisa triunfante.
-¡Qué par de sinvergüenzas! -masculló Renata, temblando de indignación.
El rostro de Aitana permanecía impasible. Ignoró la provocación de Guadalupe, bajó la mirada y extrajo un dispositivo que mostraba un código negro en su pantalla. Introdujo una secuencia de comandos y apareció un ícono de candado invisible.
Al presionar el ícono, una cascada de códigos verdes atravesó rápidamente la pantalla.
15:52