Capítulo 238
-Esa mujer no tiene límites, siempre sale con algo nuevo.
André interrumpió abruptamente los pensamientos de Fabián.
-Dice que quiere divorciarse de mí.
Fabián puso los ojos en blanco al escucharlo, sin poder contener un suspiro de fastidio.
-¿Cuánto tiempo lleva amenazando con el divorcio? ¿Lo ha hecho alguna vez? Siempre usa eso para manipularte. Si ella no se cansa de repetirlo, yo ya estoy harto de escucharlo.
-Hace un momento te dijo que quería ir al registro a divorciarse solo porque no fuiste a su cita. Si hubieras llegado puntual, ni siquiera mencionaría el divorcio.
-Además, ahora hay una espera larguísima para casarse. Solo para agendar una cita hay que esperar muchísimo.
-Un amigo fue con su esposa a iniciar el trámite y les dieron fecha hasta el próximo mes. Después viene un mes entero de trámites… mínimo se necesitan dos meses para todo el
proceso.
-Sabrina sabe perfectamente que divorciarse ya no es tan simple como antes, solo está tratando de asustarte.
André interrumpió el incesante monólogo de Fabián con voz cortante.
-Ya me demandó en el tribunal.
Fabián quedó paralizado por un instante, su expresión transformándose rápidamente de incredulidad a una risa aún más estridente.
-¿En serio le creíste? ¡El divorcio por tribunal tarda todavía más tiempo! ¡Por Dios, Sabrina es toda una actriz! Para llamar tu atención haría cualquier cosa, ¡hasta usar estas tácticas!
André permaneció en silencio, su rostro apuesto ensombrecido por una expresión de gravedad inusual. “¿Realmente está actuando? Si es así, su interpretación resulta demasiado convincente“, pensó mientras observaba el horizonte con mirada ausente.
Fabián casi lloraba de risa, pero al notar la seriedad que emanaba de André, su carcajada se extinguió gradualmente.
-Ya, no te lo tomes tan a pecho. Ella juró que te demandó, ¿no? Si no está mintiendo, pronto te llamarán del tribunal.
-Si nunca recibes esa llamada, significa que solo está jugando contigo.
André desvió la mirada hacia la distancia y no pronunció palabra alguna, su mente absorta en posibilidades inquietantes.
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De regreso en la clínica, Romeo y Araceli se concentraban en aprender a identificar diversas hierbas medicinales, sus manos moviéndose con delicadeza entre las plantas mientras el anciano les explicaba sus propiedades. Sabrina observó por un momento a las dos figuras absortas en su lección antes de dirigir su atención hacia Hernán, quien le hizo una discreta señal para que lo siguiera al interior.
Una vez dentro, Sabrina no contuvo su curiosidad.
-¿Qué está pasando aquí, Hernán?
-Ese tal Fabián vino hace tiempo. En ese momento no sabía quién era y rechacé su consulta.
-No esperaba que ayer trajera a tu esposo y a la otra mujer.
Hernán guardaba resentimiento hacia André desde hacía tiempo; constantemente lo veía en las noticias con esa otra mujer, y había deseado darle una lección. Sin embargo, pasaba casi todo su tiempo en esta humilde clínica, sin posibilidad de interferir en aquella situación. Ahora, con el peso de los años sobre sus hombros, sus hijos le habían insistido repetidamente que regresara a casa. El mayor incluso le había dado un ultimátum: si no volvía este año, lo llevarían por la fuerza.
La familia Castaño había alcanzado gran prosperidad en el mundo empresarial, pero pocos conocían que su fortuna inicial provenía de las excepcionales habilidades médicas que Hernán había demostrado en su juventud. La Clínica Hipócrates, el hospital privado más prestigioso a nivel mundial, había sido fundada por la familia Castaño y llevaba el nombre de la difunta esposa de Hernán. Todo el mundo sabía que este hospital de renombre operaba globalmente desde hacía décadas, pero casi nadie relacionaba su existencia con el Grupo Castaño, y menos aún sospechaban que este anciano aparentemente insignificante era el verdadero accionista mayoritario del imperio.