Capítulo 263
Alberto, ¿alguna vez me has querido?
Esta pregunta dejó a Alberto completamente sorprendido.
¿Querer?
El había reflexionado en el pasado sobre sus propios sentimientos hacía Raquel.
Sentía que no podría dejarla ir.
Se sentia atraído.
Quería poseerla.
De algún modo, sí tenía algo de afecto por Raquel.
Pero ese mínimo afecto no significaba nada frente a lo que sentía por Ana.
Ahora que iban a divorciarse, quería cortar de raíz, de manera tajante y sin piedad.
Abrió la boca y dijo: -Raquel, yo amo a Ana.
Lo dijo con firmeza: amaba a Ana.
La luz en los ojos de Raquel comenzó a apagarse lentamente. No debería haber formulado esa pregunta. Esa pregunta la había humillado, haciendo que perdiera de forma rotunda.
Estaba dispuesta a aceptar su derrota.
-Entonces, divorciémonos.
Alberto guardó silencio por un momento y luego dijo: -Ve a buscar los documentos.
Raquel esbozó una ligera sonrisa y tocó su bolso. -Ya los traje.
Cuando salió de casa, ya había sacado los documentos del armario. Sabía lo que él quería hacer al ver su llamada.
Alberto la miró un momento y luego arrancó el coche, dirigiéndose al registro civil.
Media hora después, ambos estaban sentados en la oficina del registro civil.
El funcionario encargado del divorcio les dijo: -El destino les unió como pareja, no dejen que
un pequeño desacuerdo los lleve a separarse. Les sugiero que lo piensen bien.
Alberto, implacable, respondió: -No hace falta pensarlo más.
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-Está bien,-dijo el funcionario, resignado.–Por favor, firmen para formalizar el divorcio.
Raquel permaneció sentada, inmóvil, observando cómo Alberto tomaba el bolígrafo y firmaba con firmeza su nombre.
Con una caligrafía sólida, sin rastro de arrepentimiento.
Finalmente, dejó el bolígrafo sobre la mesa.
Los ojos de Raquel, tan pálidos, se enrojecieron al instante. Sin decir nada, tomó el bolígrafo y
firmó su nombre en el documento.
El funcionario revisó su documento de identidad y le preguntó: -¿Este es su documento de identidad?
El personal le devolvió la identificación.
A partir de ese momento, ella quedó sola, sin hogar.
Respondió Raquel, casi sin voz. —Sí, ese es.
El funcionario estampó el sello oficial y les entregó los certificados de divorcio a ambos. — Ustedes se han divorciado. Desde ahora, ya no son pareja.
Raquel tomó su certificado de divorcio.–Muchas gracias.
Alberto y Raquel salieron del registro civil. Alberto dijo: -¿Vuelves a la Universidad Futuro? Te doy un aventon.
Raquel rechazó: -No, presidente Alberto, yo puedo regresar sola. Vete al hospital con Ana.
Y sin más, Raquel dio media vuelta y se fue.
Raquel caminaba sola por la calle. No sabía cuánto tiempo llevaba caminando, ni qué tan lejos había ido. Sus ojos ardían y estaban húmedos, las lágrimas caían descontroladamente, arrastradas por un dolor profundo.
En el instante en que se dio vuelta, ya estaba llorando desconsoladamente.
Siempre había estado sola. Nunca tuvo un hogar.
Hasta que él apareció.
En aquella cueva, él le prometió que la llevaría con él, que la amaría pase lo que pase. Y ella de boba le creyó.
En todos esos años, mientras él consentía a Ana, ella creció sola, recorrió largos caminos, y finalmente llegó a su lado.
Con un certificado de nacimiento a su nombre, quería unir su vida a la suya, formar una familia
adolescente, deseando ser su esposa y formar con él una linda familia.
Pensaba que, si se esforzaba lo suficiente, todo saldría bien.
Pero aún así, aque sueño se desmoronó.