Capítulo 135
Valentín apretó los dientes con fuerza, conteniendo el torbellino de emociones que rugía en su pecho.
—Ese es un asunto que solo nos compete a nosotros -replicó con voz tensa—. No es algo de lo que el señor Santana deba ocuparse.
Isaac alzó una ceja, su rostro sereno como un lago en calma, pero con un brillo mordaz en los
ojos.
-En ese caso, señor Espinosa, le invito a que regrese a su mundo y desenrede sus propios enredos matrimoniales. Que tenga un buen día -dijo, acompañando sus palabras con un gesto lánguido de la mano, como si espantara una mosca.
Carmelo, siempre atento, dio un paso al frente con la precisión de un reloj suizo, señalando la
salida con una cortesía helada.
Valentín no cedía. Sus pies parecían anclados al suelo, desafiando la orden tácita.
-Tengo que saberlo, Isaac. No me iré hasta aclarar si la muerte de Esmeralda tiene algo que ver contigo. Te crees intocable, pero no te temo.
-Señor Espinosa -interrumpió Carmelo, su tono afilado como el borde de una hoja-, si no se retira ahora, me veré obligado a llamar a seguridad.
Tras unos segundos cargados de un silencio espeso, Valentín apretó los puños hasta que las venas se marcaron en su piel y, con un resoplido, dio media vuelta y abandonó la sala.
Al salir de la imponente Torre del Grupo Santana, el aire fresco del exterior lo recibió como un bálsamo. Entonces, sus ojos se toparon con Jazmín, que aguardaba al pie de los escalones. Vestía con una sencillez que contrastaba con su habitual elegancia, y el aroma de su perfume, siempre tan familiar, esta vez brillaba por su ausencia.
-Valentín lo llamó con suavidad, acercándose con una mirada cargada de ternura y consuelo.
-¿Estás bien?
Él frunció el ceño, su mente dando vueltas a una pregunta que no pronunció.
-¿Qué haces aquí?
Su mirada se deslizó hacia el conductor, que aguardaba discretamente junto al auto. Una sombra de sospecha cruzó sus ojos al recordar que ese hombre había sido elegido por Jazmín tiempo atrás.
-No contestaste mis mensajes y me preocupé por ti -explicó ella, posando con delicadeza una mano sobre su brazo-. Si algo te angustia, sabes que puedes hablar conmigo.
Ese gesto, tan habitual entre ellos desde niños, antes no le habría incomodado. Habían crecido juntos, como hermanos, y nunca entendió por qué Esmeralda se molestaba por ello. Pero ahora,
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Capítulo 135
al sentir los dedos de Jazmín, una corriente de rechazo lo recorrió. Se apartó con sutileza, rompiendo el contacto.
-No me pasa nada -murmuró, su voz más cortante de lo que pretendía.
Jazmín titubeó, pero insistió con cuidado.
-¿Viniste al Grupo Santana por trabajo? Sé que el Grupo Espinosa no está en su mejor momento, pero, Valentín, tu salud es lo primero. Deberías tomarte un respiro.
Un destello de irritación lo atravesó, aunque no supo precisar por qué. Asintió con desgana.
-Sí, ya lo sé.
-¿Entonces qué tal si vamos a comer? -propuso ella, animándose-. Conozco un lugar con comida saludable increíble.
Valentín abrió la boca para negarse, pero las palabras “comida saludable” lo detuvieron. En su mente, resonó la voz de Esmeralda, cálida y preocupada, como un eco que se negaba a
desvanecerse.
-Valentín, estás muy estresado últimamente. Este caldo te va a sentar bien.
-Seguro te duele otra vez el estómago. Te preparé algo ligero, no te olvides de comerlo.
-Estos platos llevan ingredientes medicinales, son buenos para ti. Anda, pruébalos…
Esmeralda siempre había velado por él con una dedicación que ahora, al recordarla, le apretaba
el alma. Debió valorarlo más.
Jazmín lo miró expectante, y esta vez Valentín no rechazó la oferta. Subió al auto con ella en silencio.
Durante el trayecto, Jazmín intentó romper el hielo varias veces, pero al notar su mirada perdida y sus respuestas ausentes, optó por guardar silencio. ¿Era la muerte repentina de Esmeralda lo que lo tenía así, o los problemas del Grupo Espinosa?
Al llegar al restaurante, mientras Jazmín pedía la comida con entusiasmo, buscaba el momento justo para hablar.
-Por cierto, Valentín -dijo al fin, con una chispa de optimismo-, ayer hablé con dos inversores. Están dispuestos a echarnos una mano. En estos días les armaré un plan sólido.
El ceño de Valentín se suavizó, y por primera vez en el día, sus ojos se encontraron con los de ella con una calidez renovada.
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