Capítulo 27
Los niños, con su inocencia a flor de piel, no siempre captan el peso de las cosas. Pablo contemplaba una corona de flores blancas funeraria con ojos chispeantes, aplaudiendo como si el mundo entero estuviera celebrando con él.
-¡Guau! ¡Miren mi corona de flores, es gigantesca!
Los demás pequeños se alzaron de sus asientos, estirando el cuello para no perderse detalle.
-¡Es enorme, Pablo! ¿Lo hiciste tú solito?
-¿Por qué es blanco? Parece una nube.
-Oye, tiene unas letras raras… ¿Qué significa?
Pablo, con el pecho inflado de orgullo, alzó la barbilla.
-¡Claro que lo hice yo! Bueno, con un poquito de ayuda de Jazmín.
Tras decirlo, giró la cabeza hacia ella, buscándola entre el público. Fue entonces cuando reparó en su figura, erguida de pronto, con el rostro desencajado por un terror que no supo descifrar. A su lado, la abuela Margarita parecía una estatua de cera, pálida como si el aliento se le hubiera escapado del cuerpo.
Entre el murmullo de los padres, se colaron risitas mal disimuladas.
-¿Qué pasa? ¿Por qué trajeron algo para un funeral?
-Fíjate bien, tiene un carácter de luto. ¿Será que alguien se les murió?
-Qué vergüenza… Si el niño no lo sabe, ¿cómo es que los adultos tampoco se dieron cuenta?
-¿De quién es este pequeño? ¿Quién lo está criando para que pase esto?
Margarita, con el fuego ardiendo en sus ojos, clavó una mirada cortante en Jazmín. ¿Cómo se le ocurrió traer algo tan nefasto? Era como echar una maldición sobre la familia, una afrenta imperdonable. ¿Qué pretendía con esto?
Jazmín, atrapada en un torbellino de pánico, agitó las manos con torpeza.
-No sé qué pasó, tía, te juro que me equivoqué.
Sin pensarlo dos veces, corrió hacia el escenario y arrancó la corona de flores de las manos de la maestra, metiéndolo de vuelta en la caja con dedos temblorosos.
-Perdónenme todos, fue un error. Este no es el trabajo de Pablo.
Pablo, perdido en su propia confusión, frunció el ceño. ¿Qué estaba diciendo Jaz? ¿Por qué se llevaba su corona de flores?
Pero Jazmín no se detuvo ahí. Con un gesto brusco, aplastó la corona de flores contra el fondo
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Capitulo 27
de la caja, como si quisiera borrar toda huella de aquella desgracia.
-¡Guau…!
Los ojos de Pablo se llenaron de lágrimas, y un sollozo desgarrador brotó de su garganta.
-¡Jaz, qué haces! ¡Esa es mi corona de flores, devuélvemela, buaaaaa…!
Jazmín sintió que un nudo le apretaba las sienes. ¡Este niño y sus lloriqueos interminables! Siempre igual, gimoteando por todo. Si no se hubiera empeñado en superar a su madre con una corona de flores más grande y bonito, nada de esto estaría pasando. Ella solo quería impresionar a la madre de Valentín, destacar entre las demás. Y ahora, todo se había derrumbado en un desastre humillante.
Con el corazón en un puño, intentó suavizar la voz.
-Vamos, Pablo, ya no llores.
-¡Buaaaaa, no quiero! ¡Devuélveme mi corona, eres mala, quiero a mi mamá!
-¡Buaaaa, ya no me gustas, no quiero que seas mi mamá!
Los susurros de los padres se alzaron de nuevo, como un coro mordaz.
-¿Qué? ¿Entonces es la amante?
-Vaya, qué talento tiene esta mujer, ya hasta se ganó a la abuela y al niño.
-Pues el pequeño no parece muy convencido, míralo llorando por su mamá.
-Yo también la elegiría a ella. La señora Espinosa es un sueño: joven, hermosa, con una piel que parece de terciopelo.
El rostro de Jazmín oscilaba entre el rubor y la palidez, atrapado en una danza de vergüenza y furia. Margarita, con otra mirada fulminante, le hizo un gesto seco para que se deshiciera de aquel objeto maldito. Luego, con paso firme, bajó a Pablo del escenario, tomándolo del brazo.
A unos pasos de ahí, Araceli observaba todo con ojos curiosos, girándose hacia Teresa.
-Abuela, ¿qué pasó con esa corona de flores? ¿No está bonita?
Teresa, que apenas podía contener la risa tras el espectáculo, se llevó una mano al estómago. Pensó un instante antes de responder con calma.
-Es algo que trae mala suerte, pequeña.
