Capítulo 26
Él reprimió el impulso que sentía en su interior y llevó a Manuela a una habitación en el segundo piso. No era la primera vez que hacía algo así, por lo que tenía una habitación reservada permanentemente en el segundo piso de La Cueva del Mojito.
Al llegar, abrió la puerta de la habitación con dificultad usando el codo, arrastró a Manuela adentro y la dejó en la cama.
Observó a la mujer inconsciente en la cama y soltó una risa lasciva.
De repente, alguien lo agarró por la parte posterior del cuello y antes de que pudiera reaccionar, esa persona lo lanzó violentamente hacia fuera.
La espalda de Efraín chocó contra la pared y sintiendo como si sus huesos estuvieran a punto de romperse, intentó decir: “¡Maldita sea…
Lanzó una maldición a medias, pero al encontrarse con la mirada sombría del otro hombre, se estremeció y cerró la boca de inmediato.
Había pasado muchos años en el mundo de los hombres duros y sabía leer a las personas; ese hombre no era alguien con quien pudiera meterse.
El hombre se acercó, mirándolo desde arriba, con su rostro frío y bello sin expresión alguna, emanando una abrumadora presión mientras le preguntaba: “¿Qué le diste de beber?”
“Solo le di un poco de droga para dormir, pronto despertará…” Efraín respondió nervioso, apoyándose en el suelo mientras se deslizaba discretamente hacia la puerta, luego agregó: “Si, si a usted le gusta, se la dejo…”
El hombre alzó el pie y pisó con fuerza el lugar más vulnerable de Efraín, sus ojos eran tan tranquilos como un pozo profundo, pero lo suficientemente aterradores como para hacer temblar a cualquiera.
“¿Dejar? ¿Crees que ella es una mercancía?” Cuestionó aquel hombre, mientras que con ese pisotón, Efraín sudaba frío del dolor, suplicando sin parar.
El hombre retiró su pierna y ordenó: “Lárgate.”
Efraín aguantó el dolor y salió corriendo con las piernas apretadas, después de que él se fue, el
hombre se dio vuelta.
La persona en la cama, sin que él lo supiera, ya había despertado, pero aún estaba aturdida, poducto de la droga y de su embriaguez.
Él se acercó y su expresión se suavizó instantáneamente, a la vez que preguntaba: “¿Estás
bien?”
Manuela soltó un hipo etílico, levantando la cabeza con confusión; su visión estaba borrosa, no podía ver claramente el rostro de quien estaba frente a ella, por lo que dijo: “¿Benjamín?”
Al escuchar ese nombre, el hombre frunció ligeramente el ceño, se sentó a su lado y dijo en un
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Capitulo 26
tono grave: “Mira bien otra vez.”
Manuela ladeó la cabeza, mirándolo fijamente mientras pensaba un momento y finalmente recordando algo, exclamó: “¡Eres el chico guapo de hace un momento!”
“Realmente me has olvidado.” Comentó el hombre y soltó una risa autocrítica, después agregó: “Me llamo Giovani Lucero.”
Manuela pensó seriamente, luego dijo: “No te conozco, ¿te llamó Francisca?”
Giovani mostró una expresión de resignación, estaba a punto de explicarle cuando repentinamente el rostro de Manuela se acercó y él se percató de que su piel era perfecta, pues no se veía ningún poro, mientras que sus ojos estaban rojos.
Manuela apoyó ambas manos en sus piernas y levantando la cabeza, sus ojos enrojecidos por el alcohol lo miraban fijamente.
Estaban tan cerca que incluso podía oler el suave aroma que emanaba de ella.
Su nuez de Adán se movió, conteniendo el aliento.
La pequeña borracha frente a él de repente sonrió y dijo: “Señor, es usted muy guapo. ¿Puedo acostarme contigo?”
A pesar de saber que la persona frente a él estaba borracha y decía tonterías, el corazón de Giovani latía frenéticamente por esa mujer y sin darle tiempo a reaccionar, Manuela de repente se lanzó sobre él, tumbándolo en la suave cama.
Giovani se sorprendió e intentó apartar a la persona de encima de él, pero la mujer ebria tenía una fuerza sorprendente, apartó sus manos, le sujetó la barbilla, lo miró desde arriba y murmuró incoherencias: “¡Hombre, ser mi juguete será un honor para ti!”
Luego murmuró en voz baja: “Ese perro de Benjamín no quiso tocarme, esta noche te usaré, para que ese maldito también sepa lo que es ser traicionado.”
La borracha, confiando en su estado de inconsciencia, encendía fuegos por todas partes y aunque Giovani había esperado ese momento durante mucho tiempo, se esforzó por controlarse.
“Te arrepentirás.” Él habló, como si intentara persuadir a Manuela para que no fuera impulsiva, o tal vez para convencerse a sí mismo.
Ella respondió con voz alta: “¡No lo haré!”
La garganta de Giovani estaba seca, pero aun así pidió: “Bájate.”
Manuela negó con la cabeza, tan enérgicamente que perdió la fuerza en su mano, cayendo sobre Giovani y quedándose dormida.
Él cerró los ojos para calmarse, y en algún momento se dio cuenta de que la persona en sus brazos ya no se movía, por lo que se incorporó ligeramente y bajó la mirada.
La mujer que momentos antes había declarado que lo haría suyo, en ese entonces dormía
plácidamente sobre su pecho.
Giovani se quedó paralizado unos segundos, luego soltó una leve risa y levantó la mano para acariciar la parte superior de su cabeza, y con una voz suave y ronca que emanaba ternura desde lo más profundo de su ser, dijo: “Pequeña, cuánto tiempo sin verte.”