Capítulo 2
Ese escenario coincidía con un fragmento en su memoria, era algo que había ocurrido dos años atrás.
Había roto el reloj de Benjamín, una pieza de marca valorada en más de cien mil dólares.
Esa cantidad no era nada para la familia Guerra y la familia Saenz, pero Benjamín se había enfadado tanto, que salió dando un portazo y no regresó en toda la noche.
Manuela averiguó que el reloj era un regalo de cumpleaños que Consuelo le había dado.
Estaba furiosa porque él valoraba tanto un regalo de otra mujer mientras que a ella apenas le prestaba atención.
En aquel entonces, Manuela era joven y temperamental, una auténtica niña mimada que nunca había aprendido a contenerse, por eso, regresó a casa para pedirle explicaciones y la discusión escaló hasta romper varias cosas en el proceso.
Benjamín, por su parte, actuaba y hablaba exactamente como en ese momento, por lo que Manuela pronto se dio cuenta de que había renacido. Había vuelto al momento justo un año después de haberse casado con Benjamín. En ese entonces, la familia Saenz aún estaba intacta y ella no había sido llevada al límite.
Benjamín se sentó frente a ella, obviamente enojado, pero haciendo un gran esfuerzo por
contenerse.
Él tenía un temperamento difícil, pero en ese momento, tras solo un año de matrimonio, aún no se había convertido en el hombre que más tarde sería, capaz de levantarle la mano a Manuela. Aquel día, ante su comportamiento caprichoso, solo le lanzó un vaso con agua.
“A partir de mañana, me voy de esta casa. Si quieres hacer un escándalo, hazlo tú sola.” Dijo Benjamín.
Manuela lo miró fijamente mientras hablaba: “Benjamín, eres mi esposo, pero siempre has tenido algo con Consuelo. ¿No debería preocuparme?”
Benjamín frunció el ceño y exclamó: “¡Si no me hubieras presionado, nunca me habría casado contigo!”
Ella sonrió amargamente y comentó: “Sí… Si no fuera por esos cincuenta millones, nunca te habrías casado conmigo. Desde el principio, siempre has tenido a otra persona en tu corazón…”
Un año antes, la familia de Benjamín atravesaba una crisis. Él había buscado ayuda entre sus conocidos y aún le faltaban cincuenta millones de dólares, por eso, ella aprovechó la situación, usó esa suma de dinero como palanca, y forzó a Benjamín a casarse con ella.
Antes era demasiado ingenua, pensaba que si permanecía a su lado, eventualmente él la miraría.
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Capítulo 2
Hasta que se llevó a sí misma al límite y finalmente comprendió que en el corazón de Benjamín, nunca había habido un espacio para ella.
Ya había caído en la desesperación una vez, por tanto, en su nueva vida, no cometería el mismo
error.
Manuela cerró los ojos y habló con voz serena: “No necesitas mudarte. ¿No has querido divorciarte durante todo este tiempo? Estoy de acuerdo.”
Después de que Benjamín se fuera, Manuela también comenzó a empacar sus cosas para irse.
Había llamado al chófer de la familia para que la esperara en la entrada de la casa de la familia
Guerra.
Con su equipaje en mano, ella salió de la habitación y el mayordomo se acercó para recoger su maleta con amabilidad.
Manuela lo miró con una expresión tranquila y le dijo: “Gracias.”
“Es mi deber.” Respondió el mayordomo y después de acompañarla escaleras abajo, preguntó: “Señora, ¿a dónde va?”
“A casa.” Contestó Manuela, pero preocupada de que no la entendiera, añadió: “A casa de la familia Saenz.”
“¿Lo sabe el señor?” Indagó el mayordomo y Manuela respondió: “Se lo mencioné.”
Esa mañana, cuando hablaron del divorcio, le comentó de pasada que esa misma tarde se mudaría de nuevo a la casa de la familia Saenz, pero en ese momento Benjamín no había dado ninguna respuesta, quizá ni siquiera la había escuchado.
Ese día, en toda la mansión se rumoraba que Manuela y Benjamín se iban a divorciar.
El mayordomo, que al principio no lo creía, actualmente estaba dudando.
Había visto crecer a ambos y, en el fondo, deseaba que pudieran ser felices juntos, por tanto, no pudo evitar aconsejar: “Señora, es normal que las parejas tengan problemas. Mi esposa y yo también discutimos a menudo, pero sabemos que no podemos perdernos el uno al otro. Si realmente siente algo por el señor, no deje que una rabieta…”
Manuela, interrumpiéndolo, declaró los hechos con serenidad: “Pero él no siente nada por
mí.”
Y actualmente, ella tampoco sentía nada por él.
Cuando terminaron de bajar las escaleras de caracol, ella tomó de nuevo su equipaje y dijo: “Déjalo aquí, por favor. Puedo salir sola, gracias.”
Después de decir esas palabras, Manuela tomó la maleta y sin mirar atrás, se dirigió hacia la puerta.
El mayordomo la observó durante mucho tiempo, con una premonición en su corazón: ‘Parecía
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que la joven señora nunca regresaría‘.
El joven señor finalmente había perdido a la mujer que lo había estado persiguiendo durante diez años.
La había perdido, y nunca volvería a encontrarla.