Capítulo 110 Sangre brotando
-¿Disfrutaste tomándome por tonto? ¿Fue Calvin quien te enseñó? -pronunció Natanael con los ojos enrojecidos.
Afuera llovía copiosamente, creando una cacofonía ensordecedora. Cecilia percibió una sensación de humedad en sus oídos, acompañada de una serie de ruidos profundos y retumbantes. Ya sin fingir amnesia, respondió:
-Solo quería despedirme del pasado y comenzar una nueva vida.
Natanael soltó una risa sarcástica, apretó con fuerza la muñeca de ella y acortó la distancia entre ambos.
-¿Despedirse del pasado implica fingir la muerte? ¿Alguna vez pensaste en mis
sentimientos? -Su otra mano se posó en la mejilla de Cecilia, notando que temblaba-. ¿Me temes? -preguntó.
Cecilia se mordió el labio con fuerza hasta que el sabor metálico de la sangre inundó su boca. Finalmente dijo:
-Por favor, devuélveme a mi hijo, Natanael. No es tuyo. Es mi hijo con Calvin. Te ruego que nos lo devuelvas.
Al escuchar a Cecilia afirmar que el niño no era suyo, algo se quebró en la mente de Natanael.
-Si no me equivoco, te involucraste con él apenas uno o dos meses después de que decidiéramos divorciarnos, ¿verdad? ¿En tan poco tiempo te enamoraste de él e incluso fingiste tu muerte por su causa? ¿Dónde está mi hijo, entonces? -cuestionó con los ojos enrojecidos, apretando cada vez más las muñecas de Cecilia.
Ella sentía como si sus manos estuvieran a punto de romperse. Sin embargo, comparado con la posibilidad de perder a Elías, aquel dolor era insignificante.
-¿No te lo he dicho ya? Lo perdí -respondió Cecilia, respirando profundamente. Con voz ronca, continuó: -¿Recuerdas la segunda vez que me forzaste? Ya estaba embarazada entonces. Fuiste tú quien acabó con su vida.
Cecilia admitió para sí misma que era despreciable, pero esperaba que Natanael le devolviera al niño por culpa.
Los ojos de Natanael se llenaron de asombro.
-Repite eso–exigió, perdiendo toda racionalidad.
Con un movimiento brusco, la arrojó sobre la cama, inmovilizándola por completo bajo su
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cuerpo.
-¿Qué estás haciendo? -exclamó ella, sintiendo cómo sus nervios se tensaban a medida que Natanael perdía el control.
La voz de él era helada:
-¿Crees que voy a creer las palabras de una mujer que miente habitualmente?
A Cecilia se le escaparon las lágrimas. Momentos antes, había albergado la esperanza de que en él quedara‘ un atisbo de conciencia. Pero ahora se daba cuenta de que no quedaba nada.
-Te desprecio -susurró ella.
Natanael se detuvo un instante, pero no se apartó.
Cecilia forcejeó y se resistió, solo para que Natanael se burlara:
-¿Por qué está bien que Calvin te toque, pero yo no? Estamos legalmente casados.
En ese momento, Cecilia dejó de forcejear. Se quedó mirando al techo.
-¿Cuándo has admitido que soy tu esposa? Me parece que no tienes corazón, Natanael…
Natanael escuchó sus quejas en silencio. Su mano se posó suavemente en la mejilla de ella y bajó la voz:
-Ya que elegiste huir, ¿por qué volviste? ¿Y por qué invertiste deliberadamente en el proyecto del Grupo Rotela?
Para entonces, tras un tiempo indeterminado, todo lo que Cecilia oía era un sonido rugiente. Sintió que la sangre le brotaba por la oreja. Los dedos de Natanael rozaron algo pegajoso. Al examinarla más de cerca, se dio cuenta de que la oreja derecha de Cecilia estaba manchada de rojo por la sangre.
-¡Maldición! -exclamó, tomándola en brazos y corriendo hacia el estacionamiento subterráneo.
A toda velocidad, la llevó al hospital. Cecilia no entendía por qué estaba tan ansioso de repente ni adónde la llevaba. Solo sabía que el entorno estaba inusualmente silencioso.
-¿Adónde me llevas, Natanael? -preguntó antes de desmayarse.
En el hospital, ya entrada la noche, el médico diagnosticó que Cecilia tenía un problema recurrente tras examinar su historial médico. Le detuvo la hemorragia y le recetó algunos medicamentos. Luego le dijo a Natanael:
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-Es probable que se deba a una actividad física excesiva. Sus oídos son intrínsecamente diferentes a los de una persona normal, lo que la hace propensa a las hemorragias.
Cuando el médico se marchó, Natanael regresó a la habitación, aparentemente más calmado. Cecilia yacía en la cama del hospital, su tez inusualmente pálida. Parecía como si la luz se hubiera desvanecido de sus ojos.
Natanael se acercó paso a paso.
-¿Por qué no me dijiste que tu enfermedad había reaparecido? -preguntó.
Cecilia no contestó, sino que se volvió lentamente hacia él con la mirada perdida.
-¿Dónde está Eli, Natanael?
-Como te he dicho, está en un lugar muy seguro. Mientras te comportes y te quedes en Villa Daltonia, él estará bien -respondió Natanael, cuya expresión tampoco era mejor. Le había bajado la fiebre, pero seguía resfriado, con la garganta seca e irritada.
Al oir eso. Cecilia bajó ligeramente la mirada.
-No lo entiendo. ¿No te desagrado? ¿Por qué insistes tanto en que me quede en Villa Daltonia?
Los ojos insondables de Natanael brillaron misteriosamente.
-¡Porque es lo que me debes! -sentenció.