Capítulo 194
Anastasia permanecía inmóvil, tratando de procesar lo que acababa de escuchar. Su mente se negaba a aceptar la realidad: no solo Samuel había besado apasionadamente a Esther, sino que la familia De la Garza ya había comenzado los preparativos para recibirla, eligiendo nuevos muebles para su habitación.
Con el corazón latiendo desbocado, se dirigió a paso veloz hacia la oficina de Samuel. Sus tacones resonaban contra el piso de mármol, marcando el ritmo de su determinación.
-¡Señorita Miravalle! -Bianca intentó interceptarla en la puerta-. El presidente De la Garza está en una reunión, no es un buen momento para…
Sin esperar a que Bianca terminara su advertencia, Anastasia empujó la puerta con decisión. Dentro, encontró a Samuel con audífonos puestos, evidentemente en medio de una
videoconferencia con una empresa extranjera.
Al verla irrumpir de manera tan impetuosa, Samuel frunció ligeramente el ceño, aunque mantuvo su compostura profesional mientras terminaba la llamada de manera concisa.
-Anastasia, aún estoy trabajando su voz llevaba un tono de reproche velado.
Ella, que normalmente era más cautelosa y medida, ahora parecía fuera de sí. Samuel se quitó los audífonos, esperando una explicación.
-Yo… no fue a propósito -murmuró Anastasia, bajando la mirada.
-¿Qué sucede?
-Vine a recogerte del trabajo -intentó sonreír, aunque el gesto resultó evidentemente forzado.
Samuel, absorto en sus propios pensamientos, no percibió el estado emocional de Anastasia.
-Esta noche tengo compromisos, no podré cenar contigo -respondió con tono práctico-. En un rato, enviaré un chofer para que te lleve a casa, ya es tarde y no es seguro afuera.
Su consideración habitual seguía presente, pero Anastasia sentía que cada día se alejaba más de ella. Tras un momento de duda, reunió el valor para preguntar:
-Samu… ¿la señorita Montoya se ha mudado contigo?
La oficina pareció helarse.
-¿Quién te dijo eso? -el tono de Samuel se tornó cortante.
-Yo…
-¿Te lo dijo Esther? -insistió él, con la mirada fija en ella.
-No… no fue ella.
Cuanto más lo negaba Anastasia, más se convencía Samuel de que había sido Esther quien
había esparcido la noticia. Curiosamente, este pensamiento, en lugar de molestarlo como
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hubiera sucedido en el pasado, le provocó una extraña satisfacción. A pesar de que Esther afirmaba no sentir nada por él, sus acciones sugerían lo contrario.
-Yo le pedí que se mudara -explicó con calma estudiada-, después de todo, ahora es mi prometida. Con lo que sucedió anoche en la familia Montoya, Esther y ellos deben mantener una distancia por ahora; de lo contrario, todos se burlarían de la familia De la Garza.
-¿Eso es todo? -Anastasia lo miró con cautela, una expresión inusual en ella.
-Eso es todo -Samuel cerró la laptop con un movimiento decisivo, marcando el fin de la conversación.
Como si hubiera estado esperando su señal, Bianca entró en ese momento:
-Señorita Miravalle, el presidente De la Garza tiene más asuntos que atender. Por favor, venga conmigo.
Al salir de la oficina, Anastasia sintió el peso de las miradas de los asistentes sobre ella. Nunca la habían despedido tan rápido de la oficina de Samuel.
Sus puños se cerraron con fuerza mientras la rabia y la humillación se mezclaban en su interior. Desde que Esther había fingido querer hacer las paces, hasta su mudanza a la casa del Grupo De la Garza, todo había sido una elaborada mentira.
Sus palabras resonaban con amarga ironía: que no le gustaba Samuel, que no ambicionaba ser la joven ama De la Garza. “¡Solo estaba burlándose de mí!“, pensó con amargura.
El recuerdo de su humillación con Alfonso Betancourt se sumó a su dolor presente. Había creído ingenuamente en sus intenciones de negocios, solo para terminar perdiendo su dignidad frente a él y Esther.
“No“, se dijo a sí misma mientras sus ojos verdes brillaban con determinación. “No puedo quedarme de brazos cruzados.”
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