Capítulo 185
Para la mañana siguiente, el escándalo de los Montoya ya era el tema de conversación predilecto en los círculos de la alta sociedad. Los murmullos sobre el comportamiento escandaloso del hijo mayor durante su propia fiesta de cumpleaños se extendían como pólvora entre la élite de Cancún.
Ainhoa, quien ya era considerada la joya más codiciada entre las herederas, brillaba ahora con más intensidad. La conducta absurda de Saúl hacia ella solo había logrado que muchos comenzaran a marcar distancia prudente con los Montoya.
Esta vez, Olímpia había cometido un error garrafal. En su afán por conseguir una nuera de alcurnia, ni siquiera se detuvo a considerar si su hijo estaba a la altura de tales pretensiones. Cuando el reloj marcaba mediodía, Olimpia regresó del hospital con un aspecto demacrado. Sin perder tiempo, se dirigió directamente hacia donde estaba Esther.
-¡Esther! ¡Qué corazón tan duro tienes! -exclamó con voz temblorosa-. ¡Saúl es tu hermano y tú lo perjudicas de esta manera!
-Señora, no sé de qué me habla -respondió Esther con serenidad, reclinándose elegantemente en el sofá, La locura de anoche fue cosa de Saúl solito, yo no le puse un cuchillo en el cuello para que lo hiciera. Si no fuera por mí, la reputación de los Montoya ya estaría por los suelos gracias a Saúl. Yo ni siquiera he venido a reclamarle, ¿y usted viene a acusarme?
-Chamaca! -Olimpia se tambaleó, al borde de otro desmayo.
-Señora, por favor, no se altere -intervino Esther con falsa preocupación-. No queremos que se desmaye otra vez y termine en el hospital.
Olimpia hervia de rabia contenida. Si Saúl no hubiera sido tan imprudente, ella no estaría aquí, tragándose el orgullo ante Esther.
-Aunque no me gusta patear a alguien cuando ya está en el suelo, señora continuó Esther con una sonrisa calculada-, hay que cumplir con lo prometido.
Con un movimiento fluido, Esther colocó un contrato sobre la mesa.
-Esto es lo que me debe señaló con delicadeza-. El auto deportivo que me entregó ayer me gustó mucho, pero respecto al dinero… también le pediría que lo arregle pronto, por favor.
El rostro de Olimpia perdió el poco color que le quedaba al ver el documento. Había prometido devolver a Esther las perlas orientales de su madre, una joya valuada en ochenta millones. ¿De dónde sacaria semejante cantidad? Y eso sin contar los diez millones adicionales prometidos como dote.
-¿No dijo usted, señora, que me pagaría en cuanto tuviera el dinero…?–la voz de Esther destilaba dulce veneno.
-Señora, el contrato especifica un plazo -continuó-. Si en tres meses no ha reunido el dinero, tendré que proceder legalmente. Para entonces, quizá ni siquiera pueda seguir viviendo aquí.
-TU–Olimpia se mordió la lengua, consciente de su impotencia ante la situación.
Esther se incorporó con elegancia.
-Señora, espero que pueda pagar lo acordado en el contrato lo antes posible. De lo contrario, cuando el tribunal congele todos sus bienes, ya será demasiado tarde para arrepentimientos. Recogiendo el contrato, Esther se dirigió hacia la puerta principal de la mansión Montoya. Olimpia se retorcía internamente. El fiasco de la fiesta no solo había destruido su reputación social, sino que también les había costado doce millones por El Salón Real. ¡Un espacio rentado por tres días que apenas habían usado tres horas!
A Esther, por su parte, poco le importaba el sufrimiento económico de Olimpia. Con una sonrisa triunfal, admiró el deportivo rojo que había elegido estratégicamente el día anterior. -Este coche deportivo es realmente increíble, me encanta, gracias señora -declaró con satisfacción antes de subirse al vehículo y arrancar, dejando tras de sí una estela de victoria.
