Capítulo 147
Leonor exponía los beneficios de la situación con el fervor de quien vislumbra una oportunidad única, sus ojos brillando con la intensidad de mil proyectos futuros.
“¿Ah?” La respuesta de Beatriz fue apenas un susurro confuso. Se sentía como si le hubieran arrojado un balde de agua fría, su mente intentando procesar la magnitud de lo que su tía proponía.
“Pero tía…” comenzó, su voz teñida de duda y preocupación. “Al final de cuentas, yo no soy la persona del video. ¿Qué pasaría si la verdadera bailarina aparece? ¿No sería un escándalo terrible?”
El dilema la consumía. Sus sueños de triunfar en el mundo del entretenimiento, de convertirse en una estrella rutilante, parecían al alcance de la mano. Esta oportunidad podría catapultarla directamente al estrellato. Sin embargo, el riesgo era igualmente monumental – un paso en falso y su carrera terminaría antes de comenzar.
Beatriz anhelaba la fama con cada fibra de su ser, deseaba brillar con luz propia. Pero este plan… la magnitud del riesgo la paralizaba. La única forma de proceder sería teniendo la certeza absoluta de que la misteriosa bailarina no aparecería para reclamar su lugar.
Leonor, con la sagacidad que le habían otorgado años en el mundo del espectáculo, ya contemplaba soluciones. “El video de Ariel se grabó aquí al mediodía, lo que significa que la chica está en Francia. Debemos encontrarla primero, negociar, ofrecerle una compensación económica para que ceda esta oportunidad.”
El ceño fruncido de Beatriz revelaba su desacuerdo con la propuesta. ¿Ofrecer dinero? La situación era mucho más compleja de lo que su tía parecía comprender.
Ariel no era un simple pianista talentoso – era el heredero de la familia Santos, una de las dinastías más poderosas de Nueva Castilla. Si la familia Márquez controlaba las finanzas del país, los Santos dominaban su esfera política. El padre de Ariel ostentaba el liderazgo supremo de Nueva Castilla, y se esperaba que su hijo eventualmente ocupara ese lugar.
Hasta los treinta años, Ariel tenía libertad para perseguir su pasión por la música, pero después tendría que asumir el peso de sus responsabilidades familiares. Su futuro brillaba con el resplandor del poder y la influencia. Incluso una conexión superficial con alguien de su posición podría transformar la vida de Beatriz. Pero igual que una llama poderosa, acercarse demasiado podría resultar en una destrucción total.
Leonor, curtida por años de manejar las complejidades del mundo del entretenimiento, estaba dispuesta a apostar fuerte. Para ella, la ecuación era simple: si ganaban, alcanzarían la gloria; si perdían, siempre podrían empezar de nuevo.
Beatriz observaba hipnotizada el video de la misteriosa bailarina. Su expresión fue transformándose gradualmente: de la envidia inicial a algo más oscuro, más personal, hasta que finalmente estalló en furia, arrojando su teléfono contra el suelo con violencia.
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16:29
“¿Qué sucede?” preguntó Leonor, desconcertada por el repentino arranque de ira.
El rostro de Beatriz se había contorsionado en una máscara de amargura. “¡Es Lydia! ¡La mujer del video es Lydia!”
No había duda posible. Conocía demasiado bien esos movimientos, ese peinado, ese estilo de baile tan particular. Los había estudiado obsesivamente, los había intentado replicar incontables veces.
Leonor se quedó sin palabras por un momento. “¿Lydia?” Como tía de Beatriz, conocía bien ese nombre y todo lo que representaba.
De repente, las piezas encajaron en su mente. El drástico cambio de imagen de Beatriz al entrar al mundo del espectáculo – abandonando su estilo naturalmente seductor por uno más fresco y natural – cobraba un nuevo significado. No había sido una decisión artística: había estado imitando conscientemente a Lydia.
La realización golpeó a Leonor como un puño en el estómago. ¿Era este el origen de la inseguridad de su sobrina? ¿Se sentía tan inferior a Lydia que había decidido convertirse en su copia? La situación era más compleja y dolorosa de lo que había imaginado.
El silencio que siguió estaba cargado de revelaciones incómodas. Beatriz había estado copiando meticulosamente cada aspecto de Lydia – su peinado, su estilo, su forma de vestir – en un intento desesperado por capturar algo de su brillo natural.
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