Capítulo 138
La mirada de Dante destilaba una crueldad que parecía emanar desde las profundidades de su alma atormentada. Sus ojos, habitualmente fríos y calculadores, ahora brillaban con una intensidad casi sobrenatural.
“¡Habla, dónde está!” Su voz cortaba el aire como un látigo de hielo. “Esta es tu última oportunidad.”
Silvia, con el valor de la desesperación brillando en sus ojos, le devolvió una mirada cargada de odio mientras apretaba los dientes. “¡No lo sé!”
La señal de Dante fue apenas perceptible, un movimiento sutil que desencadenó un infierno instantáneo. El grito de Silvia rasgó el aire como un relámpago: “¡Ah!”
El guardaespaldas aplicó presión con precisión profesional sobre su brazo, provocando un dolor que inundó su cuerpo de sudor frío. No llegó a dislocar el hueso, pero el dolor era suficiente para transmitir el mensaje: Dante había cruzado la línea entre la cordura y la locura.
“¡DANTE!”
El rugido furioso que resonó desde la entrada precedió a un borrón de movimiento. En un instante, Liam había atravesado la distancia que los separaba y su puño conectó con el rostro de Dante con la fuerza de años de rabia contenida.
Liam, conocido en los círculos sociales por su apariencia engañosamente gentil y su rostro atractivo y benévolo, se había transformado. Su expresión habitual había sido reemplazada por una máscara de furia primitiva que lo hacía irreconocible.
El mayordomo, previendo el desastre, había alertado a Liam sobre la llegada amenazante de Dante. El presentimiento ominoso que había sentido se confirmó al escuchar el grito desgarrador de Silvia.
Los hombres de Liam rodearon rápidamente a los guardaespaldas de Dante, creando un círculo de tensión contenida. Silvia, liberada del agarre brutal, encontró refugio en los brazos protectores de su hermano.
“¿Cómo estás?” La preocupación en la voz de Liam era palpable.
“Estoy bien,” respondió Silvia, aunque la palidez de su rostro contradecía sus palabras. El dolor físico había disminuido, pero el trauma psicológico persistía.
El corazón de Liam se contraía al ver el rostro pálido de su hermana. Para él, Silvia era la personificación de la perfección fraternal, tan preciosa que incluso un regaño suave le causaba remordimiento. La idea de que Dante se atreviera a lastimarla era inconcebible.
“¡Dante, estás loco!” La voz de Liam temblaba de rabia contenida. “¡Si buscas a tu mujer, búscala, pero por qué lastimas a mi hermana!”
Los ojos de Dante, oscuros como pozos sin fondo, reflejaban una frialdad que parecía emanar del mismo infierno. Su mirada provocó un escalofrío involuntario en Liam, un recordatorio de
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que estaban tratando con algo más peligroso que un simple hombre despechado.
La sonrisa que se dibujó en los labios de Dante era como el preludio de una tormenta mortal. “¡Dónde, está, ella!” Cada palabra caía como un bloque de hielo.
El temblor que recorrió el cuerpo de Silvia era involuntario. No era simple miedo – era el reconocimiento instintivo de estar frente a algo sobrenatural, un demonio escapado de las profundidades del infierno.
“No tengas miedo, tu hermano está aquí.” Las palabras de Liam, suaves y reconfortantes, infundieron valor en Silvia.
“¡Dante, no sé dónde está Lydia!” La voz de Silvia se elevó con renovada fuerza. “¡Y aunque lo supiera, no te lo diría! ¡Eres un loco, un infierno, un patán! ¡No mereces a Lydia!”
El impacto de sus palabras fue visible en Dante. Su rostro se tensó como una máscara mortuoria, sus labios perdieron todo color, y su mirada adquirió una cualidad apocalíptica. Avanzó hacia ella con pasos que parecían dejar huellas de sangre: “¡Repítelo!”
Liam se convirtió en un escudo humano, protegiendo a Silvia con su cuerpo, desafiando sin temor la amenaza que Dante representaba en ese momento.
“¡Dante!”
La llegada precipitada de Mateo introdujo el elemento final en esta escena caótica. Con movimientos precisos, se interpuso entre los contendientes y, en un instante, una jeringa encontró su marca en el cuello de Dante.
El sonido del émbolo presionándose resonó en el silencio súbito como el último latido de un corazón moribundo.