Capítulo 160
-Esther, ya te tengo en mis manos -siseó Saúl con desprecio-. Te aconsejo que te dejes de mover. ¡Aquí nadie te puede salvar!
El recuerdo de la arrogancia de Esther el día anterior en casa alimentaba su deseo de hacerla sufrir. Sus ojos brillaban con malicia mientras la observaba forcejear contra sus ataduras.
-Saúl, ya que tenemos a esta mujer, ¿por qué no te ayudo? -intervino uno de sus cómplices, acercándose con una sonrisa torcida.
-¿Y cómo piensas ayudarme? -respondió Saúl, arqueando una ceja con interés.
-Esta mujer, lo que más teme es perder su honor, ¿no? -el hombre se relamió los labios con lascivia-. Escuché que todos dicen que la señorita Montoya ha estado guardando su pureza para el presidente De la Garza, pero quién sabe si es verdad o mentira. Hoy justo quería comprobarlo.
Las palabras vulgares de los secuaces de Saúl provocaron náuseas en Esther. “¿Lo que más teme una mujer es perder su honor?“, pensó con desprecio. Una risa amarga brotó de su garganta. ¡Eso no era más que el pensamiento primitivo y repugnante de estos hombres!
Siempre había sabido que Saúl era un desgraciado, pero nunca imaginó que sería capaz de llegar tan lejos como para planear un secuestro.
Saúl vaciló por un momento, su expresión traicionando un atisbo de duda. -Esther está por casarse con el presidente De la Garza -murmuró-. ¿Y si realmente pasa algo qué vamos a
hacer?
-Saúl, tranquilo -lo calmó su cómplice-. No creo que realmente haya mujeres que guarden su pureza por un hombre. Además, si pasa algo, ¿quién se atrevería a decirlo? ¡A menos que tu hermana ya no quiera casarse con el presidente De la Garza!
Todo Cancún sabía que Samuel era un maniático de la limpieza, tanto en los negocios como con las personas. Si Esther se “ensuciaba“, Samuel definitivamente la rechazaría.
-¡Mientras la devuelvas al Grupo Montoya -exclamó Saúl finalmente-, haz lo que quieras!
-Saúl, descuida, ¡déjamelo a mí!
El hombre se acercó rápidamente mientras Saúl se apartaba. Los otros dos juniors ricos que habían planeado el secuestro también se aproximaron, ansiosos por participar. Los ojos de Esther se tornaron fríos como el hielo al verlos acercarse.
Uno de ellos arrancó la cinta adhesiva de su boca con brusquedad, esperando encontrar terror en su rostro. Para su sorpresa, Esther permaneció impasible.
-Señorita Montoya, piénsalo bien -amenazó uno de ellos-. Si no accedes a devolvernos la compañía y la herencia a Saúl, ¡vamos a tener que actuar!
-Entonces… -respondió Esther con voz entrecortada-, si le doy la compañía y la herencia a
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Capítulo 160
Saúl, ¿ya no harán nada?
Los tres intercambiaron miradas cómplices. ¡Eso obviamente era imposible! ¿Cómo iban a dejar escapar a su presa ahora que la tenían en sus manos?
-Si lo entregas, no grabaremos nada -mintió uno de ellos-, pero… tienes que complacernos bien. Si no, le entregaremos el video a tu prometido, y si el presidente De la Garza ya no te quiere, quedarás como una flor marchita, ¡y no podrás casarte nunca más!
-¿Así que…? -Esther pareció considerar la situación, su voz adoptando un tono calculador-. Entonces, chicos… ¿quién es el jefe aquí?
-¿Para qué preguntas eso? -respondió uno, desconcertado.
-Creo que para hacer esto -ronroneó Esther, suavizando su voz hasta convertirla en un susurro seductor-, naturalmente quisiera elegir al jefe de ustedes.
Los tres hombres tragaron saliva al ver el cambio en su comportamiento. ¿Cómo no sabían que la señorita Montoya podía ser así?
-Tal vez… este hombre -murmuró Esther, sus mejillas tiñéndose de un rosa deliberado-. Parece que este chico es el que más manda aquí.
Sus palabras provocaron el descontento inmediato de los otros dos.
-¡¿Por qué él?! ¡Claramente soy yo el que manda! -protestó uno.
-¡No es cierto! Yo soy el mayor, ¡debería ser yo! -reclamó el otro.
-¡La señorita Montoya ya dijo que soy yo, es inútil que discutan! -se jactó el tercero.
Viendo que la discusión escalaba, Esther intervino con voz melosa: -Ay, ya no peleen.
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