Capítulo 46 ¿Cómo me llamaste?
Habiendo sido huérfana toda su vida, lo que más despreciaba Estela era ser menospreciada por los demás. Las palabras de Zacarías le recordaron las innumerables veces que había pasado vergüenza tratando de encajar en la élite adinerada años atrás. La humillación y el desprestigio que sufrió no tenían medida.
«Cuando me convierta en la señora de la familia Rotela, nadie se atreverá a
menospreciarme», pensó Estela.
Parecía que Estela no estaba al tanto del regreso de Cecilia, ya que no fue mencionada. Mientras tanto, Zacarías había estado esperando fuera de la Novena Ciudad.
-Sr. Zacarías, la Sra. Sosa no ha salido hoy. ¿Debo llamar a la puerta? -preguntó el guardaespaldas, que no se atrevía a hacerle esperar.
Sin embargo, Zacarías se negó.
-No hace falta, la esperaré aquí.
Al enterarse ayer del regreso de Cecilia, había experimentado una oleada de excitación sin precedentes. Tenía tantas ganas de encontrarla inmediatamente, de preguntarle por los acontecimientos del pasado. Sin embargo, cada vez que pensaba en cómo había maltratado a Cecilia en el pasado, le resultaba difícil acercarse a ella despreocupadamente.
Acabó esperando más de dos horas. La noche anterior, Cecilia había bebido agua helada, lo que le había provocado escalofríos y una sensación de pesadez y niebla en la cabeza. Saúl le había comprado un medicamento, pero incluso después de tomárselo seguía sin encontrarse bien.
Se puso un abrigo, ocultando los arañazos de ayer, y salió de la mansión, con la esperanza de despejar la mente con un paseo al aire libre. A pesar de ser verano, ella, vestida con mangas largas y pantalones, no sentía el calor. El médico dijo que tenía la constitución fría y que lo ocurrido anoche casi la devolvía al hospital. Parecía que en el futuro tendría que pensar las cosas con más cuidado.
Cecilia seguía caminando, ajena al vehículo estacionado no muy lejos. Cuando estaba a punto de pasar de nuevo, Zacarías no pudo evitar salir corriendo del coche.
-¡Cecilia! -gritó.
Cecilia se detuvo en seco, sorprendida, y se volvió para mirarle. No respondió.
Zacarías caminó hacia ella, abrumado por una avalancha de preguntas. Pero cuando habló, todo lo que pudo preguntar fue:
-¿Cómo has estado estos últimos años?
1/3
4:17 pm n
Capitulo 46 ¿Cómo me llamaste?
+5 Perlas
«¿Cómo has estado?», pensó Cecilia, burlándose para sus adentros. «¿Este tipo no quería siempre que me fuera mal?». Apretó los labios con fuerza, aferrando el spray de pimienta. que siempre llevaba consigo. Tenía curiosidad por ver cómo la trataría esta vez.
Al ver que permanecía callada, Zacarías supuso que no se había traído el audífono.
—¿No era sólo un ligero problema de audición? ¿Por qué no oye lo que le digo? -se preguntó en voz alta.
El largo pelo de Cecilia le caía sobre los hombros, ocultando su audífono. Al ver su malentendido, prefirió no dar explicaciones y simplemente siguió caminando hacia delante.
Zacarías la siguió, agarrándola rápidamente de la muñeca.
-¿Ha empeorado tu estado? Deja que te lleve al hospital.
«¿Ha empeorado? ¿Al hospital?», pensó Cecilia. Semejante comportamiento por parte de Zacarías hizo que se preguntara si estaba tramando tratarla de otra manera.
Cecilia recordó una vez, dos años después de su matrimonio con Natanael, cuando fueron a una reunión de Año Nuevo. Zacarías cambió inesperadamente de actitud, la llamó cuñada y la dejó unirse a la fiesta. Sin embargo, cuando llegó a la fiesta sin Natanael, los chicos adinerados la convirtieron en el blanco de sus bromas, derramando copa tras copa de vino tinto sobre su cabeza.
En aquel momento, Zacarías estaba sentado a la cabecera de la mesa, observándolo todo con una sonrisa reluciente, igual que la de un diablo. Incluso había dispuesto una alfombra de rosas, con las espinas intactas. Señalándola, preguntó:
-Pequeña sorda, ¿de verdad disfrutas tanto oyendo a la gente llamarte «cuñada»? Si te atreves a caminar descalza sobre estas rosas durante sólo tres minutos, haré que todos los presentes reconozcan tu condición.
Por aquel entonces, Cecilia le había creído. Al pensar en el dolor punzante y profundo, la humillación y el miedo, Cecilia apartó bruscamente la mano.
Miró a Zacarías, reprimiendo enérgicamente la ira que se estaba gestando en su interior.
-Señor–comenzó-, mi silencio no significa que no pueda oírle. Simplemente significa que elijo no responder.
A Zacarías se le hizo un nudo en la garganta. El habitualmente elocuente y versátil Zacarías, que no sólo había cursado estudios de medicina, sino también de derecho y comercio internacional, se encontraba sorprendentemente sin palabras en aquel momento.
Tras un largo silencio, finalmente habló: