Capítulo 150
Manteniendo una fachada de cortesía, Esther aún no desenmascaraba a Olimpia:
-Entonces, le agradezco mucho, señora -dijo con voz suave pero calculada.
-No hay de qué agradecer, solo tienes que obedecer un poco más -respondió Olimpia con tono maternal-. Con tu belleza, ¿cómo podría el presidente De la Garza no encontrarte atractiva?
Los ojos de Olimpia brillaron con astucia mientras añadía con voz melosa:
-Cuando triunfes, solo recuerda no olvidar los favores que la señora te ha hecho.
-Los favores que la señora me ha hecho, por supuesto, los tengo grabados en el corazón -replicó Esther con una sonrisa enigmática-. No los olvidaré ni un momento.
La sonrisa de Esther, cargada de un significado oculto, hizo que Olimpia sintiera un escalofrío recorrer su espalda. Las palabras que había planeado decir murieron en su garganta.
“¿Cómo se había vuelto Esther tan difícil de manejar?“, pensó con inquietud.
-¡Mamá, ya volví! -la voz de Saúl resonó desde la entrada.
El joven apareció vestido con ropa deportiva casual de marca, completamente a la moda. No le faltaba un solo arete ni anillo, su postura exudaba la típica rebeldía juvenil mezclada con arrogancia.
La mirada de Saúl se posó sobre Esther y su ceño se frunció al instante:
-¿Cómo llegaste aquí? ¿Quién te dejó volver?
Esther permaneció sentada en el sofá, sin dignarse a mostrar el menor interés en su presencia. -¡Esther! Te estoy hablando, ¿me escuchaste? -el rostro de Saúl se tensó visiblemente.
-¡Esther! Eso no se hace -intervino Olimpia con fingida severidad-. Tu hermano te está hablando, ¿cómo pretendes no escuchar?
-Señora, ya lo dije antes -respondió Esther con voz firme-. Esta es mi casa. El hecho de que vuelva o no, no es algo que otros puedan cuestionar.
-¡Esther! ¿Cómo le hablas así a mi mamá? -Saúl, con su característico temperamento explosivo, dio un paso amenazante hacia ella.
Pero antes de que pudiera hacer algo, la voz gélida de Esther lo detuvo:
-La escritura de esta casa está en mis manos, y tu nombre no aparece por ningún lado. ¿Crees que con una palabra mía no puedo sacarte de aquí?
-¡Tú! -Saúl se quedó paralizado ante las palabras cortantes de su hermanastra.
Olimpia, percibiendo el peligro real en la amenaza de Esther, se apresuró a intervenir:
Capítulo 150
-¡Qué pasa contigo, niño! ¡Apúrate y pídele disculpas a tu hermana!
“Cuando uno se encuentra bajo el techo de otro, no tiene más opción que inclinar la cabeza“, reflexionó Olimpia con amargura. Antes, aprovechándose de ser la mayor, siempre había desafiado los límites de Esther por considerarla fácil de intimidar.
Pero esta Esther ya no era la persona sumisa de antes. Si ella amenazaba con la casa, realmente podrían terminar en la calle.
“¡Antes de tener en mis manos toda la herencia de la familia Montoya, no puedo permitirme perder el control!“, pensó Olimpia con desesperación.
Esther había encontrado este punto débil en su madrastra. Mientras la herencia no estuviera en manos de Olimpia, tendría que hablarle con humildad, sin atreverse a un enfrentamiento
directo.
El rostro de Esther se endureció al recordar lo que Olimpia y su hijo habían hecho en su vida pasada con el Grupo Montoya y contra ella misma. No sería tan ingenua como para echarlos ahora, permitiéndoles actuar libremente fuera de su vista. Mantenerlos cerca le facilitaría ejercer control sobre ellos.
Frente a ella, Saúl seguía resistiéndose a disculparse. Esther mantuvo su postura impasible; el aire se volvió denso con la tensión hasta que Olimpia, viendo que su hijo no captaba la indirecta, le propinó una fuerte palmada en el hombro:
-¿Escuchaste? ¡Apúrate y discúlpate con tu hermana!
-…¡Lo siento! -masculló Saúl entre dientes, su rostro contorsionado por la rabia y la humillación.