Capítulo 146
Samuel De la Garza sintió una irritación inexplicable al escuchar las palabras de Olimpia Montero. Su ceño se frunció ligeramente mientras sostenía el teléfono, pensando en lo absurdo de la situación.
“¿Desde cuándo tengo que ocuparme también de estas cosas?“, pensó, apretando la mandíbula.
-Señora Olimpia, le aconsejo que reconozca su lugar, no se tome tan en serio -espetó Samuel con un tono gélido, sin la menor intención de ceder ante los caprichos de aquella mujer.
Sin más preámbulos, cortó la llamada.
Del otro lado de la línea, el rostro de Olimpia se contorsionó en una mueca de disgusto. No esperaba que Samuel simplemente ignorara el asunto con tal desdén. Su vanidad herida se mezclaba con la preocupación: ya había alardeado demasiado, y si no lograba llevar a cabo este evento, ¿cómo podría seguir mezclándose en los círculos sociales de Cancún?
El timbre de su teléfono interrumpió sus cavilaciones. Era una dama de la alta sociedad, su voz
rebosante de entusiasmo:
-¡Señora Olimpia! ¿Es verdad que su hijo celebrará su cumpleaños en El Salón Real? ¡Mi esposo también quiere asistir!
Olimpia, tragándose su preocupación, forzó una sonrisa que se reflejó en su voz melosa:
-¡Por supuesto que es verdad! ¿Acaso mentiría sobre algo así? -respondió con falsa seguridad-. Nuestra Esther es la prometida del presidente De la Garza, y Saúl es el hermano de Esther. ¿No sería natural para nosotros reservar El Salón Real?
Las mentiras fluían de sus labios sin titubear. No podía permitirse perder la dignidad frente a
estas damas.
-¡Qué maravilla! -exclamó la otra mujer, cayendo completamente en el engaño-. ¡Será todo un acontecimiento! Tiene usted mucha suerte de disfrutar de semejante privilegio, señora Olimpia. Hemos preparado un regalo muy especial que les enviaremos a usted y a Saúl en su
momento.
Los ojos de Olimpia brillaron al escuchar la mención de regalos.
-¡Excelente, excelente! No se preocupe, le enviaré la invitación antes que a nadie –prometió con entusiasmo.
-¡Muchísimas gracias, señora Olimpia!
Los halagos le supieron a victoria, pero apenas colgó, la ansiedad comenzó a corroerla. El Salón Real no era un lugar al que cualquiera pudiera acceder fácilmente; ¡la familia Montoya apenas si calificaba para poner un pie allí!
“Si Samuel no ayuda, ¿qué voy a hacer?“, se preguntó, mordiéndose el labio. Pero entonces,
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enderezó la espalda con determinación. “¡Mejor confiar en una misma! No puede ser que mi posición como suegra del Grupo De la Garza no sea suficiente.”
Con renovada confianza, subió las escaleras hacia su habitación. Se engalanó con sus joyas más ostentosas y elegantes, y al mirarse al espejo, ataviada con ropa de diseñador, un bolso de lujo y sus costosas joyas, sintió que recuperaba su seguridad.
Mientras tanto, en la cafetería del Instituto de Negocios Clinton, Esther Montoya recibía las noticias sobre el intento de Olimpia de acceder a El Salón Real. Una sonrisa divertida se dibujó en sus labios.
-¿Fue sola? -preguntó, conteniendo una carcajada.
Clara Coral guardó su celular mientras asentía.
-¿Cómo no? Me pediste que vigilara la situación en El Salón Real, así que contacté a un gerente de allí -explicó. Y efectivamente, Olimpia acaba de ir a hacer una reservación, diciendo que quería ver el lugar personalmente.
Esther, conociendo bien a Samuel, sabía que no movería un dedo para ayudar a Olimpia. Con una sonrisa enigmática, comentó:
-Esto va a ser todo un espectáculo. Esperemos y veamos.
En El Salón Real, Olimpia hacía su entrada triunfal, resplandeciente con sus joyas y su atuendo de diseñador. El establecimiento, conocido por años como el hotel de negocios más prestigioso de la ciudad, había sido testigo de incontables negociaciones entre empresarios locales e internacionales.
Apenas Olimpia descendió de su vehículo, el gerente Lucas Molina, quien ya había sido informado de su llegada, se aproximó con una sonrisa profesional.
-Señora Olimpia, acabamos de recibir su llamada -saludó con cortesía estudiada.
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