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A Reina Novela 151

A Reina Novela 151

Capítulo 151 

Esther permanecía en silencio, su rostro impasible ocultando la tormenta de emociones que bullía en su interior

Olimpia se acercó a ella con pasos calculados, su voz intentando sonar maternal aunque sus ojos revelaban otra cosa

-Oye, Esther, mira que tu hermano ya se disculpó contigo -dijo, ajustándose la manga de su blusa-. No te lo tomes tan a pecho, los jóvenes a veces hablan sin pensar

Esther levantó la mirada, sus ojos brillando con una determinación que hizo retroceder ligeramente a Olimpia

-Señora, Saúl no es ningún niño, ya es mayor de edad -respondió con voz firme, cada palabra cayendo como una piedra en un estanque

El silencio que siguió fue ensordecedor. Olimpia se quedó sin palabras, su máscara de falsa preocupación maternal resquebrajándose por un momento

Esther aprovechó ese instante de debilidad. Se irguió en toda su estatura, su presencia 

llenando la habitación mientras continuaba

-Aprovechando la ocasión, déjame aclararte una cosa más -su voz adoptó un tono profesional, casi cortante-. No solo la hacienda Montoya está a mi nombre, sino también la empresa. Todo lo que dejó papá, aparte de los cinco millones que les corresponden y su derecho a vivir en la hacienda Montoya, no tienen nada más. Si sigues gritándome así, no me culpes si después de tantos años de relación, los echo a ti y a tu hijo. Les aseguro-hizo una pausa significativa- no ganarán en un juicio

Las palabras de Esther flotaron en el aire como dagas afiladas. El rostro de Saúl se fue ensombreciendo gradualmente, sus puños apretados revelando la rabia contenida. El semblante de Olimpia tampoco era muy alentador; su usual máscara de control se había transformado en una mueca de disgusto apenas disimulado

Satisfecha al ver que ambos habían comprendido perfectamente su situación actual, Esther se levantó con elegancia deliberada y comenzó a subir las escaleras, sus pasos resonando en la tensión del ambiente

-¡Qué significa esto, Esther! -el grito de Saúl quebró el silencio

-¡Crash! – 

El sonido del cristal rompiéndose contra el suelo hizo eco en la sala cuando Saúl, en un arranque de furia, lanzó el vaso que estaba sobre la mesa

Esther se detuvo en medio de la escalera, su silueta recortándose contra la luz que entraba por los ventanales. No se giró, pero su voz llegó clara y firme

-En esta hacienda Montoya, todo me pertenece -declaró con una calma helada-, Los objetos que Saúl rompió, recuerda reponerlos de tu bolsillo. Haré revisiones periódicas

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-¡Tú! -rugió Saúl

El joven se lanzó hacia las escaleras, la furia deformando sus facciones, pero Olimpia lo detuvo con un movimiento rápido

-¡Hijo! ¡No hagas tonterías! -exclamó, sujetándolo del brazo

-¡Mamá! ¡Esto es demasiado! -protestó Saúl, temblando de rabia

Olimpia apretó los labios antes de responder

-¿Qué podemos hacer si ese viejo le dejó todo a Esther

La amargura en su voz era palpable. Los recuerdos de sus años cuidando a Rafael Montoya, todas esas atenciones y desvelos, para que al final solo les dejara esas migajasEl pensamiento la hacía hervir de rabia

-¿Vamos a dejar que Esther siga así? ¡Mamá, no puedo aceptarlo! -insistió Saúl, su voz quebrándose de frustración

-Aunque no lo aceptes, tienes que aguantarte -respondió Olimpia con dureza-. Ahora solo puedes soportarlo

Tomó una respiración profunda, sus ojos brillando con astucia mientras añadía

-No creo que Esther vaya a quedarse soltera para siempre. Cuando se case con la familia De la Garza, veremos si sigue teniendo tiempo de preocuparse por la hacienda Montoya. Para entonces, ya tendré cómo recuperar todo lo nuestro

Pero había algo más que carcomía a Olimpia. Los doce millones que había gastado de golpe en su cuenta, la pérdida del control sobre la empresa, su incapacidad actual para dar órdenesEl despido de Francisco por su aventura con ella había sido solo el principio

Aunque Esther no había descubierto malversaciones, ya no podía sacar dinero de la empresa

¿Y esos cinco millones que dejó Rafael? ¡Ni siquiera alcanzan para mandar a Saúl al extranjero a estudiar!, pensó con amargura

-Saúl -dijo finalmente, forzando una sonrisa-, pasado mañana es tu cumpleaños, ¡compórtate! Ya tengo todo planeado para ti, ¡quiero que me hagas sentir orgullosa

La expresión de disgusto en el rostro de Saúl era evidente. La idea de tener que socializar con magnates del negocio claramente le repugnaba. Él había imaginado heredar la fortuna directamente, pero Esther había complicado todo el panorama

Con visible resignación, respondió

-Sí, ya

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