Capítulo 126
Samuel nunca esperó que Montserrat apareciera de repente en su casa. Apenas unos días antes, ella se había mudado y había prometido no presentarse sin avisar.
En ese momento, al ver las fotografías esparcidas sobre la mesa, la expresión de Samuel se tornó glacial.
-Esto no tiene nada que ver con Anastasia -sentenció Samuel, defendiéndola sin dar lugar a explicaciones.
Esther soltó una risa cargada de amargura. Debería haberlo sabido: incluso si Samuel llegara a descubrir que Anastasia era la responsable, actuaría como si no lo supiera. En el corazón de Samuel no existían conceptos de bien o mal cuando se trataba de ella; siempre la protegería sin condiciones.
Sin embargo, esta vez Esther no estaba dispuesta a dejar pasar las acciones de Anastasia. Ya no era aquella joven ingenua de su vida pasada; en esta ocasión, no permitiría que los trucos de Anastasia la dejaran en una posición donde ni siquiera pudiera defenderse.
-¿Qué no tiene nada que ver con Anastasia? ¿Entonces con quién tiene que ver? -el rostro de Montserrat se ensombreció-. Ya te había dicho que mantuvieras distancia con esa mujer de la familia Miravalle. ¡Ella no es una santa! ¡Es tan hipócrita como sus padres!
Montserrat se acomodó en el sofá, su postura rígida delataba su irritación.
-Este asunto ha afectado negativamente a Esther. Esas dos personas que la difamaron no deben quedar impunes -continuó con severidad-. Hay que dejar que la policía les dé una lección. Ya sea encarcelándolas o multándolas, lo importante es no dejar que las personas
crean esos rumores.
-Sí, abuela asintió Samuel antes de retirarse, lanzando una última mirada a Esther. Sus ojos grises la observaron con frialdad, como si contemplara a una perfecta desconocida.
Una vez que Samuel abandonó la habitación, Montserrat tomó la mano de Esther entre las
suyas.
-Déjame ocuparme de esto, no te preocupes. Los rumores en la escuela se desvanecerán pronto.
Observando a esta anciana que le mostraba tanta aparente benevolencia, Esther ya no podía sentir la misma gratitud que antes. En su vida pasada había sido muy ingenua, agradeciendo los pequeños favores de Montserrat sin percatarse de los cálculos que se escondían detrás de cada una de sus acciones.
-Pero ya conoces las reglas de nuestra casa -prosiguió Montserrat-. Ahora que eres la prometida de la familia De la Garza, debes mantenerte alejada de otros hombres. Los estudios no son importantes para ti, y no necesitas encargarte de la familia Montoya. Ya he hablado con tu madre; en el futuro, el Grupo Montoya debería ser manejado por tu hermano, así tú podrás dedicarte a ser una buena nuera en nuestra familia,
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Al descubrir que Montserrat había estado en contacto con Olimpia a sus espaldas, Esther frunció el ceño.
-Doña Montserrat, esos son asuntos internos de la familia Montoya.
-Por supuesto que sé que son asuntos de la familia Montoya, pero ahora eres la prometida de la familia De la Garza -replicó Montserrat con fingida dulzura-. Cuando una hija se casa, deja atrás la casa de sus padres. Una vez que te conviertas en señora De la Garza, tendrás muchas cosas que aprender y el Grupo Montoya será demasiado para ti. Mejor dejarlo en manos de tu hermano.
Montserrat no dejó pasar la oportunidad de continuar:
-Además, no me importa que pienses que esta vieja te menosprecia. No importa que tu padre haya fallecido, ahora el Grupo Montoya está en peligro. Incluso en sus días de gloria, nunca se comparó con nuestra familia De la Garza. Esa pequeña empresa, si se pierde, se pierde. Al unirte a nuestra familia, lo que podrás obtener en el futuro será mucho más.
Las palabras de Montserrat provocaron una sonrisa fría en el interior de Esther. Era cierto que el Grupo Montoya atravesaba una crisis, pero su red de contactos y cadena de producción eran muy sólidas. Si no fuera así, ¿por qué Samuel habría accedido a casarse con ella? ¿No era por la reputación construida a lo largo de décadas, así como por sus técnicos y su amplia red de contactos?
-Doña Montserrat, todavía no soy parte de la familia De la Garza -respondió Esther con voz firme-. El Grupo Montoya es lo que mi padre me dejó. Saúl Montoya es solo un inútil, un vagabundo sin educación. Dejarle la compañía sería fallarle a mi padre.
-Esther, tú…
-Doña Montserrat, ya he tomado mi decisión -la interrumpió Esther con calma-. Puedo unirme a la familia De la Garza, pero la empresa no se la dejaré a Saúl y a la señora Montero.
-¡Tú! -los ojos de Montserrat centellearon con indignación. ¿Cómo es que ahora te has vuelto tan desobediente?
La desaprobación en su voz era evidente, pero Esther ya no era la misma joven que se doblegaba ante ella,