Capítulo 124
-¿Quién habrá armado lío ahora? -los murmullos se extendían por los pasillos del INC como ondas en un estanque.
La mañana transcurría con aparente normalidad. Marta y Mónica, confiadas en su salón de clases, permanecían ajenas al caos que se gestaba en el exterior.
El sonido seco de nudillos contra la puerta quebró la rutina del aula. Un oficial de policía, con porte severo, ingresó mostrando su placa a la maestra.
-Somos oficiales de la policía de Cancún -anunció con voz firme-. ¿Dónde están Marta y
Mónica?
Las aludidas se levantaron de sus asientos, el color abandonando gradualmente sus rostros.
-Nosotras… somos nosotras -respondieron con voces temblorosas.
El oficial hizo un gesto conciso a sus subordinados.
-Llévenselas.
-¡¿Qué?! ¿Con qué derecho nos llevan? -chilló Marta, su voz quebrándose por el pánico.
El oficial se acercó con paso firme.
-Marta, Mónica, han sido acusadas de difundir rumores malintencionados y dañar la reputación de la señorita Montoya. Actuamos conforme a la ley, por favor, acompáñennos.
Los rostros de ambas jóvenes perdieron el último rastro de color.
“¡¿Así que Esther se atrevió a llamar a la policía?!“, pensaron simultáneamente. “¡Si esta mañana Samuel ya había intervenido por ellas! ¿¡Qué está pensando Esther, se ha vuelto loca?!”
-¡Debe haber un malentendido! -exclamó Marta desesperada-. ¡Anastasia, explícales! ¡Es un malentendido!
-¡Sí, sí, Anastasia, tú sabes que esto no tiene nada que ver con nosotras! -suplicó Mónica.
Anastasia, sentada junto a ellas, sintió un escalofrío recorrer su espalda. Conocía perfectamente la situación, pero jamás imaginó que Esther llegaría tan lejos como para involucrar a la policía, y menos que vendrían a arrestarlas en medio de la clase.
Su reputación, tan cuidadosamente cultivada, comenzaba a tambalearse bajo el peso de las miradas inquisitivas de sus compañeros. Ella siempre había estado por encima de estas situaciones sordidas.
-¿Cómo es eso? -intervino el oficial, su mirada penetrante fija en Anastasia-. ¿Tú también sabías? ¿O acaso eres cómplice?
Anastasia se tensó visiblemente, sus dedos jugueteando nerviosamente con el borde de su
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falda,
-Oficial, yo no estoy enterada, pero… ¿podría ser un malentendido? ¿Podemos resolverlo de manera privada?
-No hay necesidad -una voz grave cortó el aire.
Un abogado de traje impecable emergió de entre los policías, su presencia imponente llenando el espacio.
-Soy el abogado designado por la señorita Montoya. El daño que esta situación ha causado a la señorita Montoya es significativo, y ella ha especificado que se debe tratar con seriedad, sin lugar a mediación.
-¡¿Qué pruebas tiene de que fuimos nosotras?! ¡Esto es una trampa! -exclamó Marta, al borde de la histería,
El abogado, con movimientos calculados, extrajo una tableta de su maletín. En la pantalla se reproducía un video de seguridad que mostraba claramente a Marta y Mónica manipulando el tablón de anuncios.
-Hemos revisado todas las cámaras de seguridad de la escuela, y está claro que fueron ustedes las que alteraron el tablón de anuncios -explicó con tono profesional.
Las pruebas irrefutables cayeron sobre ellas como un balde de agua fría. En solo una mañana, Esther había reunido toda la evidencia necesaria. ¿Realmente no le temía a enfrentarse al presidente De la Garza?
-¡Anastasia! ¡Ayúdanos, por favor! -gritó Marta mientras era escoltada fuera.
-¡Anastasia! ¡Sálvanos! ¡Por favor! -suplicó Mónica.
Los oficiales se llevaron a ambas chicas, dejando a Anastasia sola, pálida como un fantasma, bajo el escrutinio de todo el salón.
La conexión entre ellas era de conocimiento público; las palabras desesperadas de Marta y Mónica solo habían sembrado más sospechas sobre la participación de Anastasia.
El abogado, antes de retirarse, se detuvo frente a ella.
-Señorita Miravalle, ¿de verdad no sabía nada? -su pregunta, deliberadamente formulada, flotó en el aire como una amenaza velada.
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