Capítulo 131
Los dedos de Dante se movían frenéticamente sobre la pantalla de su celular, intentando una vez más contactar a Lydia, solo para encontrar el mismo vacío digital – el teléfono seguía apagado. La llamada a la villa solo confirmó sus temores: ella no había regresado.
El semblante ya sombrío de Dante se oscureció aún más, como un cielo antes de una tormenta devastadora. Con un último recurso en mente, marcó el número de Liam Yáñez.
La respuesta de Liam fue rápida, casi como si hubiera estado esperando la llamada. Dante, abandonando todo pretexto de cortesía social, fue directo al punto: “¿Lydia fue a buscar a tu hermana?”
Liam, quien había presenciado el espectáculo en la fiesta, comprendió instantáneamente la situación. Era el patrón habitual: Dante apaciguaba primero a Inés y luego, como una ocurrencia tardía, comenzaba a buscar a Lydia.
“Mi hermana no salió esta noche, se quedó en casa descansando. Lydia tampoco vino a buscarla.” La respuesta fue deliberadamente cortante.
Los hombros anchos de Dante, habitualmente erguidos con orgullo, se desplomaron visiblemente. El cansancio en su rostro era más profundo que el simple agotamiento físico – era el peso de años de decisiones equivocadas alcanzándolo finalmente.
“Ayúdame a preguntarle a tu hermana si puede contactar a Lydia, quiero saber dónde está.” La súplica apenas velada en su voz era algo nuevo en el siempre controlado Dante Márquez.
Liam exhaló un suspiro cargado de frustración. “Dante, si quieres encontrar a Lydia, usa tus propios contactos. Mi hermana y Lydia son mejores amigas, incluso si ella supiera, no te lo diría.”
Lo que Liam no mencionó fue que, desde su regreso, Silvia había estado maldiciendo el nombre de Dante con una creatividad que rozaba lo poético.
“…Entiendo.” La derrota en la voz de Dante era palpable antes de cortar la llamada.
Liam observó su teléfono por un momento, sacudiendo la cabeza con una mezcla de lástima y resignación, antes de subir las escaleras hacia la habitación de Silvia. La voz que respondió a sus golpes en la puerta vibraba con indignación apenas contenida.
“¡Entra!”
La escena que encontró dentro era simultáneamente cómica y conmovedora: Silvia, sentada en su cama, castigaba con saña un muñeco negro que guardaba un parecido sospechoso con cierto empresario,
“¡Dante, eres un patán, mereces estar solo toda tu vida, mereces que nadie te quiera!” Cada palabra iba acompañada de un golpe preciso al muñeco.
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Capítulo 131
Liam no pudo evitar llevarse una mano a la frente, sentándose junto a la cama con una expresión que mezclaba resignación y afecto fraternal. “Ya, no es tu problema, ¿por qué te enojas tanto? ¡Si Lydia ni siquiera ha dicho nada!”
La respuesta de Silvia fue explosiva. Saltó de la cama como un resorte, plantándose frente a él con las manos en las caderas y una mirada feroz. “¡Claro que tengo que enojarme! Lydia es mi mejor amiga, mi hermana del alma. Ella es yo, y yo soy ella. ¡Si Dante se atreve a menospreciar a Lydia, cómo no voy a enojarme! ¡Ahhh! ¡Ese patán de Dante! ¡Le deseo que nunca consiga
amor en su vida!”
En ese momento, Silvia deseaba fervientemente poder transferirle a Lydia su talento para las maldiciones. Su siguiente acción fue igualmente impulsiva: una patada certera a Liam.
“¡¿Por qué me pateas?!” La confusión en su rostro era genuina.
“¡Tú eres amigo de Dante, y tú eres Dante! ¡Te pateo por Lydia!”
“¡Soy tu hermano!” protestó Liam, desconcertado.
Silvia levantó la barbilla con arrogancia teatral. “¡Ni siquiera eres mi hermano de sangre!”
La declaración provocó en Liam una mezcla de diversión y nostalgia. Era cierto: su relación familiar era producto de un segundo matrimonio – el padre de Liam con la madre de Silvia – creando una familia donde los lazos de afecto superaban la ausencia de conexiones sanguíneas.
Irónicamente, había sido el deseo mutuo de Liam por una hermana menor y de Silvia por un hermano mayor lo que había facilitado la unión de sus padres, creando esa peculiar pero armoniosa dinámica que caracterizaba a la familia Yáñez.