Capítulo 463
Salvador se dio la vuelta y vio que Aurora subía sola las escaleras sin decir nada. Justo cuando estaba sorprendido, el timbre sonó.
Salvador caminó hacia la puerta, y al abrirla vio a Daniela, quien tenía un destello de pánico en sus ojos. En ese momento, volteó a ver, incómodo, cómo se alejaba la figura de Aurora.
Daniela, con una sonrisa que iluminaba su rostro, dijo: “Salva, ¿No me vas a dejar entrar?”
A regañadientes, el joven abrió más la puerta.
“¿Qué quieres?” Preguntó.
“¿Acaso no puedo venir a visitarte sin motivo?” Respondió con un tono juguetón.
Comparada con hace dos años, su figura se había vuelto más sensual. Su confianza, más desbordante.
Al llegar al sofá y ver a dos hombres tirados, una sombra de descontento cruzó su mirada.
“¿Cómo pueden estar tan borrachos estos dos? Si ya están borrachos, ¿Por qué no se van a sus cuartos a descansar? Quedarse tirados en el sofá, ¿Qué clase de imagen es esa?”
Esto realmente tocó un punto sensible para Salvador.
Normalmente, él no se contenía al criticar a esos dos, pero nunca permitía que alguien de fuera los juzgara.
Con el rostro tenso, contestó con disgusto: “Esta es su propia casa, ¿Acaso no pueden estar a gusto?”
Daniela mostró una expresión de sorpresa.
“Pero si solo son empleados.”
La mirada de Salvador se endureció: “Ellos no son empleados, señorita Hidalgo. Usted, siendo una extraña, mejor no se meta en los asuntos de mi familia.”
Daniela, con los ojos bien abiertos, replicó: “Pero yo soy tu prometida en un matrimonio arreglado.”
“Daniela…” Salvador, furioso, dijo: “Yo luché y me esforcé para liberarme de mi familia de origen, con el único propósito de poder elegir a mi propia compañera.”
Daniela, con los ojos llorosos, dijo: “Salva, sé que te repelen los matrimonios arreglados. Pero tienes que creerme, te amo sinceramente. No me caso contigo solo por unirme a la familia Nolan…”
“Lo siento. No te amo.”
Daniela se quedó perpleja: “Pero tú tampoco tienes a alguien que te guste. Podrías intentar aceptarme, después de convivir un tiempo, tal vez te enamores de mí. Salva, soy muy
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agradable, a muchos de mis compañeros les gusto.”
“Ya tengo a alguien que me gusta. Afirmó Salvador.
Daniela negó desesperadamente: “Imposible.”
“No te estoy mintiendo. Dijo mirandola fijamente.
Daniela insistio: “¿Quién es ella?”
Salvador creia que su amor era puro y deseaba proclamar su relación con Aurora a los cuatro vientos. “Me gusta Aurora.”
Al oir eso, Daniela se sintió aliviada.
Ella todavia confiaba en poder ganarle.
“Salva, ella no es para ti. Es mucho mayor que tú, ha estado casada, ha tenido un aborto, ya sea por su familia o sus cualidades personales, simplemente no está a tu altura.”
La voz de Salvador se volvió fría: “Para mí, ella vale más que aquellos que nacieron en una cuna de oro y usan las conexiones de sus padres para lograr sus cometidos.”
Esas palabras, llenas de significado, hirieron a Daniela, quien con voz entrecortada, dijo: “Sé que para ti, nadie es mejor que ella. Después de todo, el amor es ciego. Pero Salva, si la eliges, te arrepentirás. ¿Acaso quieres seguir el mismo camino que esos jóvenes ricos y despreocupados?”
Antes de que pudiera terminar, Salvador gritó furioso: “¡Daniela! Ya no eres bienvenida. Mejor no vuelvas.”
La joven, sumida en la tristeza, se cubrió la cara y corrió llorando.
En las escaleras del segundo piso, Aurora cerró los ojos, dolorida.
Luego, con desolación, se dio la vuelta y se fue.