Capítulo 91
resonaban
La mujer, presa de una furia descontrolada, arremetía contra Olimpia con gritos que por toda la sala de reuniones. El rostro perfectamente maquillado de Olimpia ahora mostraba marcas de arañazos, y sus alaridos de dolor hacían eco en las paredes.
Esther observaba la escena desde su lugar, un sentimiento de satisfacción recorriéndola mientras presenciaba la caída de su madrastra.
Mientras tanto, la noticia de que la crisis del Grupo Montoya se había resuelto y que Esther asumiría el control llegó a oídos de Samuel. Su rostro, ya tenso por los acontecimientos del día, se endureció aún más.
-¿La crisis del Grupo Montoya se resolvió? -preguntó con voz cortante-. ¿Cómo pasó eso?
-Eso… no estoy seguro… titubeó su asistente-, pero escuché que fue la señorita Montoya quien resolvió la crisis.
-¿Esther?-la mirada de Samuel se tornó gélida al escuchar el nombre.
Bianca, notando la tensión en su jefe, sugirió con cautela: -Presidente De la Garza, ¿qué tal si va personalmente al Grupo Montoya a ver qué sucede?
-¡Vaya con Esther! -espetó Samuel con amargura-. Ayer frente a mí se hizo la víctima, alejó a Anastasia, seguro hizo algún trato con mi abuela, ¡y yo que pensé que era inocente!
Una risa fría escapó de sus labios. Realmente había subestimado a Esther. Nunca imaginó que llegaría a tales extremos para resolver la crisis.
-Investiga de dónde sacó Esther esos dos mil millones ordenó Samuel, su voz cargada de sospecha.
-Sí, presidente De la Garza.
-Presidente De la Garza, ¿usted va a…? -comenzó Bianca.
-Iré a la familia Montoya -la cortó Samuel con frialdad-. Quiero ver, con la verdad frente a mis ojos, cómo Esther va a tratar de retorcer las palabras.
Media hora después, en la residencia Montoya, Esther había regresado a casa. Olimpia la seguía de cerca, su voz destilando veneno: -¡Esther! ¡Qué descarada eres! ¿Cómo pudiste hacerme esto?
Olimpia intentó golpearla, pero Esther esquivaba cada intento con gracia felina, Sentada en el sofá del salón, observó el estado desaliñado de su madrastra con desdén.
-Señora, ya le he concedido la dignidad que merecía -dijo con calma calculada-, ¿Qué más quiere de mí?
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-¿Cómo te atreves a decir eso? -Olimpia señaló acusadoramente a Esther-. ¡Si no fuera por ti, la esposa de Francisco nunca habría venido a la empresa a golpearme y maldecirme! Ahora toda la compañía se ríe de mí. ¡Incluso presentaste las grabaciones como evidencia frente a los altos mandos, qué cruel y despiadada eres!
Olimpia parecía una fiera enjaulada, lista para atacar en cualquier momento.
-Si no quiere que nadie sepa -respondió Esther con frialdad-, entonces no lo haga. Los asuntos de la señora ya no son ningún secreto en la empresa. Si tiene problemas, es porque la señora se los buscó.
Furiosa ante la indiferencia de Esther, Olimpia levantó la mano para abofetearla. Pero antes de que pudiera conectar el golpe, una mano grande y firme la detuvo por detrás.
-¿Quién diablos? -al girarse, Olimpia se encontró cara a cara con Samuel.
-Sa… presidente De la Garza… -balbuceó, perdiendo todo el color.
El rostro de Samuel era una máscara de hielo, su mirada penetrante y amenazadora. —¡Lárgate -ordenó con una sola palabra cortante.
Olimpia se estremeció visiblemente antes de huir escaleras arriba. -¡Me voy, me voy ahora mismo!
Esther, actuando como si Samuel fuera invisible, se sirvió tranquilamente una taza de café caliente. -Presidente De la Garza, ¿necesita algo? -preguntó con estudiada indiferencia.
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