Capítulo 96
Todo estaba listo.
La satisfacción recorría cada fibra del ser de Esther mientras observaba a Eduardo Martínez devorar el pescado asado. Arqueó una ceja, conteniendo una sonrisa que amenazaba con delatar sus verdaderas intenciones.
Eduardo frunció el ceño, dejando los palillos a un lado con delicadeza.
-¿Qué tipo de pescado es este? -preguntó con un tono que delataba su experiencia en el tema.
Samuel De la Garza, con la arrogancia que lo caracterizaba, respondió sin titubear:
-Pescado del día, por supuesto, traído especialmente para esta ocasión.
Al oír las palabras de Samuel, Eduardo contuvo el aliento. Aunque no dijo nada en ese momento, su expresión se transformó sutilmente, perdiendo todo rastro del entusiasmo anterior.
Esther se regocijó internamente. Su plan había funcionado a la perfección: había reemplazado el pescado fino por uno común y barato. Eduardo, quien en sus años mozos se había dedicado al suministro de mariscos, era un experto en el tema. ¿Cómo no iba a notar la diferencia?
Observando el silencio tenso de Eduardo, Esther decidió dar el golpe final. Con movimientos precisos y elegantes, procedió a servir otro de los platos preparados: el pavo. Extrajo cuidadosamente la carne y el relleno del interior, colocándolos con estudiada ceremonia frente a Eduardo.
-Eduardo, este es nuestro pavo especial -anunció con fingida inocencia.
La mano de Eduardo, que ya se dirigía hacia los cubiertos, se detuvo en seco al notar la presencia de carne de tortuga y otros ingredientes exóticos en el relleno. Su rostro se ensombreció visiblemente.
Para él, que era embajador para la protección de animales raros y había donado cantidades considerables a la caridad en su lucha contra el daño a especies en peligro, aquello
representaba una afrenta personal.
Samuel, aún ajeno a la verdadera situación, preguntó con cierta inquietud:
-¿La comida no es de su agrado?
Eduardo enderezó su postura, su rostro adoptando una expresión de gravedad.
-Presidente De la Garza, como usted bien sabe, en mi juventud me dediqué al negocio de los productos marinos -comenzó, su voz cargada de decepción-. Conozco estos ingredientes mejor que nadie.
Samuel permaneció en silencio, todavía sin comprender la magnitud del problema que se avecinaba.
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Capitulo 96
-Lo que menos me gusta es la falsedad y aún menos los negocios ilegales -continuó Eduardo con firmeza-. Creo que deberíamos dar por terminada nuestra cooperación aquí.
El ceño de Samuel se frunció profundamente ante estas palabras. Antes de que pudiera responder, Gabriel Bouchard intervino con oportunidad:
-Eduardo, la familia Bouchard tiene algunos deliciosos platillos, ¿le interesaría venir con
nosotros?
Eduardo asintió con visible alivio.
-Entonces, nos despedimos por hoy -declaró, levantándose con dignidad y marchándose junto a Gabriel sin mirar atrás, dejando a la familia De la Garza en un silencio incómodo.
-¡Presidente De la Garza! -Bianca irrumpió en la habitación, a punto de preguntar si deberían seguirlos, pero la mirada gélida de Samuel la detuvo en seco.
En todo Cancún, nadie se atrevía a despreciar así a Samuel De la Garza. La tensión en el ambiente era palpable.
-Esther, ¿qué has hecho? -la voz de Samuel cortó el aire como un cuchillo.
Esther mantuvo una expresión de perfecta inocencia, aunque por dentro saboreaba cada momento de su venganza.
-Presidente De la Garza, ¿qué tiene esto que ver conmigo? -respondió con suavidad-. Eduardo se fue por su propia voluntad, yo estuve defendiéndote todo el tiempo. ¿Acaso el presidente De la Garza ha hecho algo para ofenderlo?
El ceño de Samuel se profundizó aún más. Era cierto: Esther había estado aparentemente de su lado durante toda la velada. No había indicios visibles de manipulación.
Lo que Samuel ignoraba era la meticulosa planificación detrás de cada detalle: el reemplazo del pescado fino por uno común, la sustitución de ingredientes de calidad por otros baratos… Detalles que él no podía notar, pero que para el ojo experto de Eduardo eran evidentes.
Esther recordó con satisfacción cómo en su vida pasada había investigado exhaustivamente los gustos de Eduardo para ayudar a Samuel a cerrar este trato. Aquellos platillos especialmente preparados habían sido la clave para que Eduardo viera a Samuel con buenos ojos y decidiera firmar con El Grupo De la Garza.
Pero ahora, esa misma información había servido para un propósito completamente diferente.
-Presidente De la Garza, si no hay nada más, voy a cambiarme -anunció Esther, dirigiéndose hacia las escaleras con paso ligero.
-Espera la voz fría de Samuel la detuvo en seco.