Capítulo 86
Esther apenas abrió la boca para explicarse cuando Montserrat la interrumpió con un gesto calculado. -Esther, seria mejor que le des a la abuela un bisnieto pronto -declaró con una sonrisa maliciosa.
Las palabras de Montserrat atravesaron el aire como dardos envenenados. Los ojos verde jade de Anastasia se llenaron instantáneamente de lágrimas, su rostro de porcelana perdiendo todo color. Sin poder contenerse, huyó corriendo de la mansión De la Garza.
-¡Anastasia! -Samuel salió tras ella, no sin antes lanzarle a Esther una mirada gélida que transmitía toda su desconfianza.
Los ojos cafés de Esther se oscurecieron. Aunque no temía ser malinterpretada por Samuel, la injusticia de ser acusada falsamente le revolvía el estómago.
Montserrat, lejos de mostrar preocupación por la reacción de Samuel, parecía haberlo anticipado todo. -Esther, toma asiento -indicó con tono maternal.
-Señora De la Garza, ¿dijo eso a propósito? -preguntó Esther, un leve reproche tiñendo su voz.
Montserrat descartó su tono con un gesto despreocupado. -Lo hecho, hecho está. De ahora en adelante, serás la futura nuera designada por nuestra familia De la Garza. No te preocupes, Anastasia no amenazará tu posición.
“¿No amenazar mi posición?“, pensó Esther con amargura. La jugada de Montserrat había sido magistral: con una sola frase había–sembrado la duda en Samuel y declarado a Esther como su nuera elegida, manteniéndola bajo su control.
Los recuerdos de su vida pasada asaltaron a Esther: sus intentos desesperados por imitar a Anastasia, mientras Montserrat observaba sin intervenir, sabiendo que aun si lograba una imitación perfecta, jamás conquistaría el corazón de Samuel.
En aquellos días, Esther se esforzaba por complacer a Montserrat solo para mantener su posición como prometida. Había creído ingenuamente en el afecto de la matriarca. “Qué ingenua fui“, pensó con amargura, “los métodos de esta familia De la Garza son verdaderamente extraordinarios“.
-Doña Montserrat, si no hay nada más, me retiraré -anunció Esther, ajustándose la ropa antes de marcharse con dignidad.
Montserrat frunció el ceño ante su actitud. La sirvienta a su lado no tardó en comentar: -Señora De la Garza, esa señorita Montoya se está volviendo cada vez más difícil de manejar. Antes pensábamos que era una niña obediente y dulce, pero quién iba a decir…
-Aun así es mejor que Anastasia -interrumpió Montserrat con frialdad-. Supongo que tendremos que conformarnos.
Mientras tanto, cuando Esther llegó a la mansión Montoya, Olimpia la esperaba ansiosa. Sus
Capitulo 86
ojos brillaron al ver la camisa de Samuel. -¡Esther! Anoche tú…
Con el rostro impasible, Esther subió las escaleras ignorando la vulgaridad de su madrastra.
-Esther, ¿ya lo arreglaste todo con el presidente De la Garza? -Olimpia la siguió,
bombardeándola con preguntas-. ¡Sabía que podrías hacerlo! Con esto, ¿se solucionará la crisis de nuestra familia Montoya? ¿Le mencionaste nuestra crisis?
Incapaz de soportar más, Esther se detuvo y se giró hacia Olimpia, su mirada tan helada que la dejó paralizada.
-Sobre lo que ocurrió anoche, ¿acaso usted también tuvo parte en ello? -preguntó con voz
cortante.
-Esto… ¿cómo puedes hablar así? La señora también lo hizo pensando en tu bien -Olimpia forzó una sonrisa nerviosa-. Ya que todo está preparado, tu posición como la joven ama De la Garza está asegurada. ¡Y así nuestra familia Montoya no tendrá que seguir soportando las presiones del Grupo De la Garza, verdad?
La mirada de Esther se tornó aún más gélida ante su descaro. -Me temo que la señora ha calculado mal. Samuel en estos momentos debe odiarme, no hay manera de que él quisiera ayudar a nuestra familia Montoya.
Olimpia se quedó boquiabierta. -¿Por qué será eso? -balbuceó confundida.
Sin dignarse a responder, Esther se giró y continuó subiendo las escaleras, dejando a su madrastra con sus triviales preocupaciones.
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