Capítulo 91
Lydia sostuvo la mirada de Dante, y por primera vez, no intentó suavizar la verdad con diplomacia o amor. “En ese momento, Gustavo y sus cómplices sacaron cuchillos.
Amenazaron con violarme antes de matarme. ¿Qué final feliz podría esperar en sus manos? Al menos saltando tenía una oportunidad de sobrevivir.”
La lógica detrás de su decisión había sido brutalmente simple: si la muerte era inevitable, prefería evitar la tortura y la humillación. Un salto limpio al vacío parecía más digno que morir lentamente a manos de sus captores.
Una sonrisa amarga se dibujó en sus labios al recordar cómo, en plena caída, se enfocó en su deseo de suerte para sobrevivir. La ironía no se le escapaba: Dante, su salvador involuntario, había resultado ser esa suerte que había pedido.
Los ojos de Dante se oscurecieron como un cielo antes de la tormenta. “¿Por qué no intentaste ganar más tiempo? Podrías haber confiado en mí.”
El apetito de Lydia se evaporó instantáneamente. Apartó el plato con un gesto brusco y cruzó los brazos, mirándolo con una mezcla de burla y cansancio. “¿No te parece absurdo, Dante? ¿Cómo esperas que confíe en alguien que usa mi vida como moneda de cambio? Quieres mi confianza incondicional mientras juegas a la ruleta rusa con mi existencia. Ya te lo dije una vez: tu credibilidad conmigo es nula.”
La impaciencia teñía cada palabra siguiente: “Cada decisión, cada preferencia tuya siempre ha sido por Inés, nunca por mí. ¿Por qué apostaría mi vida a tu favor? No vale la pena el riesgo.”
La furia ardía en los ojos de Dante como brasas al rojo vivo. “¿Tan poco merezco tu confianza?” Su voz era apenas un susurro amenazante.
Lydia no pudo contener una risa seca, vacía de humor. Clavó sus ojos en los de él. “Dante, permíteme hacerte una pregunta.”
“Adelante.”
“Si Gustavo me hubiera secuestrado y te hubiera pedido intercambiar mi vida por la de Inés, ¿lo habrías hecho?”
El silencio que siguió fue ensordecedor. Las cejas de Dante se fruncieron en un nudo imposible, pero ninguna palabra escapó de sus labios.
Lydia sonrió con tristeza. La ausencia de respuesta era más elocuente que cualquier explicación. Dante también pareció percatarse del peso de ese silencio, porque sus ojos se ensombrecieron aún más.
De repente, se puso de pie. “Descansa bien. Saldré un momento.”
Mientras lo veía huir precipitadamente, Lydia se encogió de hombros con indiferencia. Era tan típico de él: el emperador de los negocios, el maestro del control, convertido en un cobarde cuando se trataba de enfrentar sentimientos.
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Capitulo 91
Los recuerdos de años de desgaste emocional se agolparon en su mente. Las constantes atenciones de Dante hacia Inés, siempre justificadas con un “es como una hermana para mí“. ¿Pero por qué celebrar cumpleaños juntos? ¿Por qué entregarle a Inés regalos destinados originalmente a ella?
Dante simplemente compraba otro regalo para compensar, y si Lydia se atrevía a cuestionar, se impacientaba. O se encerraba en su estudio pretendiendo trabajo, o desaparecía durante días en supuestos viajes de negocios.
Y siempre era ella quien cedía, quien enviaba el mensaje de reconciliación, permitiendo que él regresara con su “generoso” perdón. Con el tiempo, aprendió a callar sus dudas, a tragarse sus preguntas.
Había amado tan profundamente, siempre luchando contra sí misma, negando sus propias necesidades, sometiéndose una y otra vez… Hasta que el agotamiento se volvió insoportable.
Ahora, liberada de la necesidad del amor de Dante, su indiferencia resultaba casi reconfortante. Y este secuestro, irónicamente, había sido una bendición disfrazada: la última prueba que necesitaba para cortar definitivamente los lazos que la ataban a él.
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