Capítulo 83
La furia transformaba los ojos de Dante en brasas ardientes, su aura asesina espesándose como niebla venenosa en el aire nocturno. “¡Ábrete paso a la fuerza!” Su orden cortó el aire
como un látigo.
El chofer se estremeció visiblemente. “Señor, es imposible…” Su voz temblaba mientras evaluaba la situación. Frente a ellos, un camión de carga masivo bloqueaba el camino como una muralla de acero. Su Maybach, a pesar de su elegancia y potencia, era un sedán de lujo, intentar embestir contra esa mole no solo sería inútil, sino potencialmente fatal.
Como una burla final, el conductor del camión extrajo las llaves de la ignición con un movimiento fluido y saltó hacia una motocicleta que lo esperaba, perdiéndose en la noche
como un espectro.
Dante extrajo su teléfono con movimientos controlados que apenas contenían su rabia. “Mantengan a esa persona bajo vigilancia. No quiero errores.”
“Sí, señor, está a la vista,” llegó la respuesta inmediata.
Un atisbo de calma regresó a sus ojos, aunque la tormenta seguía rugiendo debajo. “Emilio, pide refuerzos.”
“Por supuesto, señor.”
Dante emergió del vehículo, su figura alta proyectando una sombra que parecía absorber la luz misma. Sus pasos resonaban como sentencias de muerte en el asfalto mientras se acercaba a Rafael, quien apenas comenzaba a incorporarse.
El impacto de su patada fue brutal, preciso, calculado. El cuerpo de Rafael voló por el aire como una muñeca de trapo, recorriendo más de dos metros antes de estrellarse contra el borde de la carretera. Antes de que pudiera recuperarse, Dante ya estaba sobre él, sus dedos enredándose en su cabello para estrellar su cabeza contra el pavimento con una violencia fría y metódica.
Un gemido ahogado escapó de los labios de Rafael antes de que la inconsciencia lo reclamara, su sangre expandiéndose en un charco oscuro bajo la luz mortecina de los faroles.
Emilio observaba la escena paralizado por el terror. Rafael había sellado su destino en el momento en que decidió traicionar a Dante, ocultando a un cómplice en su auto para secuestrar a Lydia bajo sus propias narices. Si ella salía ilesa de esto, quizás, solo quizás, Rafael podría sobrevivir. Pero si algo le sucedía… ni mil muertes serían suficiente castigo por su traición.
Mientras tanto, Lydia permanecía tensa en el asiento trasero del vehículo en fuga, estudiando la silueta enmascarada del conductor a través del espejo retrovisor. No podía distinguir un solo rasgo bajo la máscara negra, pero algo en su postura y movimientos le decía que no era
Gustavo,
16:18
Capítulo 83
La oscuridad del suburbio los envolvía como una mortaja. Ni siquiera la luna se atrevía a asomarse esta noche, como si presintiera la violencia por venir. El auto se internaba cada vez más en zonas desiertas, alejándose de cualquier posibilidad de ayuda.
Tengo que salvarme yo misma, pensó Lydia con determinación helada. Su don estaba agotado, gracias a Dante y sus malditos planes, dejándola sin su mejor defensa. Pero aún tenía su ingenio… y su cinturón.
Con movimientos calculados para no alertar al conductor, deslizó el cinturón de su vestido. La adrenalina corría por sus venas mientras esperaba el momento preciso, sus músculos tensos como cuerdas de violín. En un movimiento fluido, lanzó el cinturón alrededor del cuello del conductor, apretando con toda la fuerza que el miedo y la desesperación podían proporcionarle.
Una maldición ahogada. El auto serpenteó peligrosamente antes de que el conductor lograra controlarlo y frenar. En esos preciosos segundos, Lydia aseguró el cinturón al reposacabezas, creando una trampa improvisada.
Tan pronto como el vehículo se detuvo, se lanzó hacia la negrura del bosque. La oscuridad la envolvió como un manto protector mientras cojeaba entre los árboles, cada paso enviando punzadas de dolor desde su pierna lastimada.
Detrás de ella, podía escuchar los sonidos de lucha del conductor contra su atadura, seguidos por el sonido metálico de un cuchillo cortando el cuero. Luego, pasos apresurados y maldiciones ahogadas.
Pero la noche era su aliada ahora. En la oscuridad absoluta del bosque, era tan invisible como un suspiro en el viento. Cada crujido de rama, cada susurro de hojas podría ser ella… o podría ser la noche misma burlándose de su perseguidor.
La supervivencia era un juego de paciencia, y Lydia estaba determinada a ganar.
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