Capítulo 49
Esther observó al señor Obregón con una mirada penetrante. Sus ojos, brillantes como aguas cristalinas, destilaban una sonrisa engañosamente suave mientras preguntaba: -¿Fuiste tú quien le quitó el celular a Clara?
-Sí, yo fui, ¿qué con eso? -respondió Obregón con desdén, evidenciando el poco respeto que le tenía a Esther y su total falta de temor hacia ella.
Esther extendió una mano con elegancia estudiada. -¿Y el celular?
Obregón levantó la mano con aire burlón, mostrando el teléfono de Clara como si fuera un
–
trofeo. Aquí está. Esther, me enteré que antes ofendiste a la señorita Miravalle. Si te hincas y le pides disculpas, te regreso el celular.
-¡Esther! ¡Olvida el celular, vámonos de aquí! -Clara intentó jalar a su amiga del brazo, pero Esther permaneció inmóvil.
En lugar de retroceder, Esther dio un paso hacia Obregón, envolviéndolo en una nube de perfume fresco y seductor que casi lo mareó. Aprovechando su distracción, Esther levantó la pierna con precisión y le asestó una patada certera en sus partes nobles.
El grito de dolor de Obregón resonó en la habitación mientras se desplomaba, soltando el celular en su caída.
Esther atrapó el dispositivo con destreza felina. Lanzó una mirada glacial al heredero caído y le devolvió el celular a Clara. -Parece que ustedes, los Obregón, tampoco son la gran empresa que presumen ser. ¿Con qué derecho se codean en estos círculos? Todavía recuerdo que hace unos años, cuando mi padre vivía, ni siquiera soñaban con poder entrar al Grupo Montoya. ¿De dónde sacas el valor para retarme?
Con estas palabras, Esther aplastó la mano de Obregón con su tacón, ejerciendo presión deliberadamente. -Cada círculo tiene sus reglas, y si tu familia no está al nivel de la mía, mejor guarda silencio, o haré que los Obregón desaparezcan de Cancún para siempre.
-¡Ay! ¡Ay! ¡Suéltame! ¡Esther, te volviste loca! -chilló Obregón.
Un silencio sepulcral invadió el lugar. Todos observaban atónitos esta faceta implacable de Esther, paralizados por la sorpresa,
Samuel frunció el ceño, irritado. Desde su llegada, Esther no le había dirigido ni una mirada, y eso lo molestaba de una manera que no podía explicar.
Anastasia, percibiendo la tensión en Samuel, se levantó con gracia estudiada. -Señorita Montoya, todos vinimos a pasarla bien, el señor Obregón solo estaba jugando contigo. Hoy es mi fiesta, no era necesario llegar a estos extremos.
-¿Yo me excedí? -Esther arqueó una ceja con elegancia deliberada, mientras aumentaba la presión sobre la mano de Obregón.
-¡Ay! ¡Esther! ¡Me las vas a pagar!
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Capitulo 49
El rostro de Obregón palideció por el dolor mientras su mano parecía a punto de ser triturada bajo el tacón de Esther.
Era evidente para todos que Esther estaba desafiando abiertamente a Anastasia.
El rostro de porcelana de Anastasia se ensombreció. -¡Esther, no te pases! Todos somos amigos aquí, ¿por qué tienes que hacer esto tan desagradable?
-Él fue quien me provocó primero, solo le estoy dando una lección -Esther mantuvo una sonrisa en sus labios rosados, pero sus ojos permanecían fríos como el hielo-. Si esto ofende a la señorita Miravalle, puedo llevarlo afuera y darle su merecido.
-Tú… -Anastasia se quedó sin palabras.
Al ver que Anastasia no lograba controlar la situación, Samuel intervino con voz cortante: -Qué imponente se siente la señorita Montoya.
Todas las miradas se dirigieron hacia él.
Samuel continuó con tono gélido: -Quiero ver, de todas las personas presentes en este salón privado, a quién te atreves a tocar.
La intervención de Samuel pareció darle valor al resto de los invitados.
-¡Es cierto, Esther! ¡Todos vinimos a celebrar el cumpleaños de la señorita Miravalle! ¡No te
excedas!
-¡Así es! ¡La familia Montoya sin la familia De la Garza no es nada!
-¡Mejor suelta al señor Obregón y pídele disculpas a la señorita Miravalle! ¡Todavía podemos perdonarte!