Capítulo 46
-¿Cómo? ¿Por qué te le quedas viendo?
Jorge, al notar la mirada penetrante de Samuel, se apresuró a aclarar con una risa nerviosa:
-¡Ni que pudiera, presidente! La señorita Montoya te adora, yo no tendría ninguna oportunidad. Pero, oye… -bajó la voz como quien comparte un secreto-. He oído que últimamente la señorita Montoya y tu archienemigo Gabriel se han estado viendo mucho, ¡casi todos los días después de aquella subasta, y a escondidas!
Al oír esto, Samuel frunció el ceño, sus ojos grises tornándose más oscuros. Luego soltó una risa fría que heló el ambiente.
No era de extrañar, pensó, no era de extrañar que Esther se atreviera a ser tan descarada frente a él. Así que realmente se había acercado a Gabriel.
La noche anterior había tenido el descaro de decirle que con Gabriel solo había tratos comunes. ¡Realmente lo estaba tomando por idiota!
-Y bueno… Jorge continuó, removiéndose incómodo en su asiento-. ¿Sabes del tipo Simón. Barragán? Ha estado babeando por la señorita Montoya desde hace tiempo. Ese lambiscón se enteró de que hoy es el cumpleaños de Anastasia y también vino. Incluso me pidió que te preguntara si de verdad piensas cortar con la señorita Montoya, porque si es así, él quiere intentar algo.
Jorge carraspeó dos veces y añadió: -O sea, aunque no debería meterme, pero ya sabes, Simón es un verdadero patán, y la señorita Montoya, por más que haya intentado imitar a Anastasia, siempre ha sido sincera contigo, tú…
-Si él quiere seguirla, que la siga -lo interrumpió Samuel con voz gélida-. No tiene por qué preguntarme.
Su rostro se mantuvo impasible, como si realmente no le importara lo que le sucediera a Esther.
Al atardecer, en Coral Beat.
Un Maybach negro se detuvo frente al establecimiento, atrayendo las miradas de los transeuntes. Todos en su círculo sabían que ese auto era una edición limitada mundial, el único en su tipo, y pertenecía a Samuel.
Durante todos estos años, aparte del presidente De la Garza, solo Anastasia había tenido el privilegio de viajar en ese vehículo.
Anastasia descendió con gracia del auto y, guiada por Bianca, caminaron hacia el salón
privado. Su vestido de diseñador se movía suavemente con cada paso, recordando a todos por qué era considerada la joya de la alta sociedad.
Dentro, la élite de su círculo ya estaba reunida. Al entrar Anastasia, los fuegos artificiales iluminaron el espacio.
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Capitulo 46
-¡Señorita Miravalle, esto es algo que Samu preparó especialmente para ti! ¿Te sorprende? ¿Te alegra? -exclamó una voz entre los invitados.
Anastasia asintió con timidez calculada, su mirada verde jade fija en Samuel, quien
permanecía sentado en el sofá con su habitual aire de autoridad.
-Samu, gracias -murmuró con voz dulce.
-Toma asiento -respondió él, su tono suavizándose notablemente.
Anastasia se sentó sonrojada a su lado. Cuando Samuel le entregó el regalo de cumpleaños, sus manos temblaban ligeramente al abrir la caja.
Dentro encontró una pulsera de perlas de color rosa pálido. Al ver que no era un anillo, un destello de decepción cruzó sus ojos verdes.
-Me gusta mucho -dijo, ocultando su desilusión. ¿Me la puedes poner?
Los invitados, animados por el momento, comenzaron a corear: -¡Que se lo ponga! ¡Que se lo ponga! ¡Que se lo ponga!
Samuel, quien siempre había sido débil ante los deseos de Anastasia, tomó con delicadeza su muñeca y le colocó la pulsera.
-¡Presidente De la Garza! Ya que el regalo está dado, ¿no debería brindar también? -sugirió alguien entre la multitud.
-¡Un brindis! ¡Un brindis!
Jorge, percibiendo la tensión en el rostro de Samuel, intentó calmar los ánimos: -¡Ya basta! El presidente De la Garza tiene una prometida, ¡dejen de hacer escándalo!
-Señor Muñoz, ¿pero no es que el presidente De la Garza ya canceló el compromiso? -interrumpió una voz femenina.
-¡Sí, ya salió en las noticias! Yo lo dije, ¿cómo va a compararse Esther con la señorita Miravalle? Solo es un reemplazo, y ahora con la ruptura del compromiso con la familia Montoya, nuestra señorita Miravalle puede legítimamente estar con el presidente De la Garza -añadió otra invitada con malicia.
-Eso no es seguro -intervino una tercera voz con desdén-. ¿Quién no sabe que esa Esther es de las que se regalan? Probablemente después de hacer un berrinche por unos días, volverá corriendo frente al presidente De la Garza, moviendo la cola pidiendo perdón.
El rostro de Samuel se tornaba cada vez más sombrío. Jorge buscaba desesperadamente cómo reconducir la situación, cuando de pronto, desde un rincón, resonó la voz firme de Clara:
-¡Ya basta! ¡Están pasándose de la raya!
La furia en la voz de Clara silenció a todos.
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