Capítulo 45
Bianca agachó la cabeza inmediatamente, evitando la mirada penetrante de su jefe. El silencio en la oficina se volvió denso y pesado.
Samuel, con el rostro tenso y las mandíbulas apretadas, golpeó el escritorio con frustración.
¡Eso es culpa de ella! ¡Fue ella quien se rebajó a eso! -exclamó, su voz resonando en la elegante oficina.
-Es… es… titubeó Bianca- el presidente De la Garza tiene razón.
-Si fue su propia decisión, ¿de qué puede quejarse ahora? -la voz de Samuel estaba cargada de amargura.
-Sí, presidente De la Garza. Todo es culpa de la señorita Montoya -asintió Bianca, notando cómo el semblante de su jefe comenzaba a suavizarse ante la validación.
De repente, la puerta de la oficina se abrió de golpe. Jorge entró con paso animado, su rostro iluminado por la emoción.
-¡No van a creer lo que acabo de ver! -exclamó, gesticulando con entusiasmo—. ¡Vi a una belleza con gafas de sol, piel blanca como porcelana, guapísima y con unas piernas que no
terminaban nunca!
Jorge se acercó a Samuel y le dio una palmada amistosa en la espalda, ignorando la tensión
en el ambiente.
-¡Vaya, Samuel, yo que te consideraba un hermano! Y tú, guardándote a una belleza así en la empresa sin decírmelo -bromeó, sin percatarse de cómo el rostro de Samuel se ensombrecía con cada palabra.
Bianca tosió discretamente, intentando alertar a Jorge.
-Señor Muñoz, ella es… la señorita Montoya -murmuró con cautela.
-¿Qué? ¿Esther? -Jorge se quedó boquiabierto, como si le hubieran echado un balde de agua fría.
Su mente no podía procesar la información. ¿La misma Esther que siempre vestía de manera tan recatada y tradicional? ¿Cuándo había ocurrido este cambio tan dramático?
Samuel, con el humor cada vez más negro, frunció el ceño hasta que sus cejas casi se tocaron. -¿Y tú qué quieres? -espetó con brusquedad.
-¡Qué cómo qué quiero! -respondió Jorge, desconcertado-. Hoy es el cumpleaños de Anastasia, ¿lo olvidaste? ¿No dijiste que íbamos a celebrarlo en el Club Coral Beat?
Las palabras cayeron sobre Samuel como un rayo. Se masajeó la frente con frustración.
“¡Todo es culpa de esa maldita Esther!“, pensó, sintiendo cómo la irritación crecía en su interior.
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-Está bien, ya le diré a Bianca que pase por Anastasia -respondió con resignación.
-¿Y el regalo de cumpleaños? ¿Ya lo tienes? -inquirió Jorge.
El silencio de Samuel fue más elocuente que cualquier respuesta. Con todo el drama de Esther, el regalo de cumpleaños había quedado completamente olvidado.
-Ve a la joyería -le ordenó a Bianca con voz apagada-, compra alguna joya bonita, envuélvela bien y envíala.
-Como diga, presidente De la Garza -asintió Bianca.
-Lo que Anastasia quiere no es cualquier collar de joyas -intervino Jorge-, lo que quiere es un anillo.
La palabra “anillo” resonó en la mente de Samuel, trayendo consigo el vívido recuerdo de él mismo arrojando el anillo a la piscina durante el fallido compromiso, y la imagen de Esther lanzándose tras él sin dudarlo.
-¿Así que Anastasia hace un capricho y tú la sigues? -respondió con frialdad cortante.
-Solo estoy diciendo la verdad -se defendió Jorge.
Samuel clavó su mirada en Bianca, su voz gélida como el hielo.
-Cualquier cosa, menos un anillo.
-Como ordene, presidente De la Garza -respondió Bianca, notando la tensión en el ambiente.
Jorge observó a su amigo con preocupación genuina.
-Pero hablando en serio, Samuel, ¿de verdad vas a cortar con Esther?
La pregunta quedó flotando en el aire, pesada como plomo, mientras Samuel mantenía su mirada fija en el horizonte a través de la ventana de su oficina.
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