Capítulo 61
La fragilidad de Inés era legendaria, una mezcla de realidad y artificio tan hábilmente entretejida que resultaba imposible distinguir dónde terminaba una y empezaba la otra. Un simple disgusto podía provocarle un desmayo; el frío más leve la derribaba como una flor marchita. Lydia, que antes la había visto solo como una rival manipuladora, ahora observaba esa vulnerabilidad con nuevos ojos.
Bajo la lluvia torrencial, la figura diminuta de Inés emanaba una fragilidad tan genuina que incluso Lydia, libre ya del peso de considerarla una amenaza, sintió una punzada de compasión. Era como ver a una mariposa intentando volar en medio de una tormenta.
Dante permanecía impasible en su asiento, su rostro una máscara de indiferencia estudiada. Rafael, en cambio, se levantó como impulsado por un resorte. “Dante, sabes que Inés es delicada, no lo resistirá.”
Ante el silencio pétreo de Dante, Rafael jugó su carta más poderosa: “Leopoldo Monroy tiene en Inés a su única hermana, si le pasa algo, ¿cómo le explicarás a Leopoldo?”
Los ojos de Lydia seguían fijos en la figura tambaleante de Inés bajo la lluvia. “¡Ah! ¡Se cayó!“, exclamó de repente.
Como si sus palabras hubieran roto un hechizo, Dante se transformó en una sombra veloz, atravesando la cortina de lluvia para levantar a Inés del suelo. En segundos, ambos habían desaparecido en su auto, la escena ejecutada con la precisión de quien ha interpretado el mismo papel incontables veces.
“Lydia, ¿lo ves?” La voz de Rafael cortó el silencio que siguió. “¿Reconoces la realidad? Con Inés cerca, nunca serás la primera opción para Dante.”
Una sonrisa cargada de ironía curvó los labios de Lydia. “Eso que dices es muy interesante, como si Dante realmente estuviera interesado en Inés. ¿Por qué crees que Dante la trata de manera tan especial? ¿Por Inés misma o por Leopoldo?”
La pregunta flotó en el aire, cargada de significado. Leopoldo Monroy, el hermano brillante y adorado de Inés, muerto hace cinco años por Dante. Su último deseo, convertido en una cadena invisible que ataba a Dante a su hermana. Sin esa deuda de sangre, Inés no sería más que otra sombra en la vida de Dante.
“No importa la razón“, insistió Rafael, su rostro tenso. “Debes entender que nunca superarás a Inés. Si eres inteligente, te irás lo antes posible.”
La risa de Lydia resonó con un eco hueco. “Sí, realmente no peso tanto como Inés en el corazón de Dante. Pero… valorar a alguien a cambio de la vida de su propio hermano, realmente tienen mucho de qué estar orgullosos.”
Se levantó para marcharse, pero en la puerta se detuvo, girándose hacia Rafael con una sonrisa que ocultaba un filo peligroso. “Siempre me he preguntado, ¿quién sufrió más con la muerte de Leopoldo, tú o Inés?”
13:40
El efecto de sus palabras fue instantáneo. En los ojos de Rafael, el odio se mezcló con un destello de miedo, como si Lydia hubiera rozado un nervio expuesto, un secreto enterrado demasiado profundo.
La reacción le dio a Lydia la respuesta que buscaba. Ahora entendía por qué Rafael, un médico reconocido por sus principios inquebrantables se rebajaba constantemente por Inés. Las piezas del rompecabezas comenzaban a encajar, y los recuerdos del pasado adquirían un nuevo significado bajo esta luz reveladora.
La sonrisa que le dirigió a Rafael estaba cargada de entendimiento. El misterio de su devoción hacia Inés, esa abnegación que iba más allá del deber profesional o la lealtad a Dante, finalmente se aclaraba. Y con esa comprensión, Lydia sentía que había ganado una nueva ventaja en este juego de secretos y mentiras.
La lluvia seguía cayendo, como un telón natural para esta obra de engaños y verdades ocultas que estaban por develarse.
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