Capítulo 37
Gabriel y Esther entrechocaron sus copas en un brindis silencioso.
‘Después de vaciar la suya de un trago, Esther extrajo una tarjeta de su cartera y la deslizó con
suavidad hacia Gabriel.
-¿Qué es esto? -preguntó él, estudiándola con curiosidad.
-El dinero para comprar el terreno -respondió ella con una leve sonrisa-. En la subasta solo estaba jugando contigo. Este terreno, lo voy a adquirir yo misma.
-El terreno en las afueras del sur no vale tanto. Considera estos quinientos millones como un regalo de mi parte -Gabriel la miró con suspicacia-. Además, tengo entendido que la familia Montoya no cuenta con tanta liquidez ahora. ¿De dónde salió el dinero de esta tarjeta?
-Te equivocas. El dinero de esta tarjeta no proviene del Grupo Montoya.
Gabriel frunció el ceño ligeramente.
-¿No es dinero de la familia Montoya?
-Es el dote que me dejó mi papá.
En su vida anterior, Olimpia había codiciado ese dote, planeando meticulosamente su matrimonio con el Grupo De la Garza solo para apoderarse de esos quinientos millones.
Sabiendo que Montserrat la quería como nuera, Olimpia había negociado a sus espaldas, cancelando el dote. Incluso la convenció de usar todo ese dinero para resolver la crisis de la
empresa.
Al final, la crisis empresarial nunca se resolvió, y Olimpia simplemente huyó con el dinero.
Esta vez, Esther planeaba darle la vuelta completa a la situación. No solo protegería el dinero del dote, sino que Olimpia no podría tocar ni un centavo del patrimonio Montoya.
-Presidente Bouchard, le sugiero que no invierta en estos asuntos financieros por el momento. -La familia Montoya está al límite de sus fuerzas. Si no invierto ahora, tu familia está acabada.
Esther sonrió sin responder.
¿Olimpia quería que su hijo manejara la empresa?
Perfecto, que ese incompetente de Saúl se encargara de las deudas.
Estaba ansiosa por ver si los accionistas seguirían tolerando a Olimpia y a su hijo cuando sus intereses se desplomaran por completo.
Al anochecer, Gabriel la llevó de regreso a la residencia Montoya.
Al abrir la puerta, Esther notó las luces de la sala encendidas. De repente, algo la arrastró hacia
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Capítulo 37
el interior. Intentó gritar por instinto, pero su atacante le presionó el cuello contra la pared.
-Esther, realmente es difícil dar contigo -la voz de Samuel era baja y amenazante.
Esther, sintiendo que se asfixiaba, forcejeó.
-¡Sueltame!
Percatándose de que estaba usando demasiada fuerza, Samuel aflojó su agarre. Esther comenzó a toser violentamente.
-Señorita Montoya, qué astuta -dijo con una risa helada-. Por un lado quieres ser la nuera de la familia De la Garza y por otro mantienes a Gabriel en la mira. ¿Qué? ¿Evaluando quién te ofrece mayores beneficios?
-Presidente De la Garza, no me haga reír. Mi relación con el presidente Bouchard es meramente de amistad -respondió ella cuando recuperó el aliento. Pero dígame, ¿ha venido a mi casa a medianoche solo para interrogarme sobre mi relación con él?
-¿“Presidente Bouchard“? Hace rato en la subasta no parabas de llamarlo Gabriel. ¿Qué pasó?
Samuel le apretó la muñeca con fuerza.
-Si quieres que deje en paz a la familia Montoya, ¿por qué buscas a Gabriel? ¿No sería mejor suplicarme a mí?
La distancia entre ellos se había reducido tanto que Esther podía sentir su respiración. Mientras más miraba esos ojos estrechos y profundos, más recordaba cómo en su vida anterior esta misma persona la había engañado y humillado.
-Samuel–pronunció cada palabra con deliberada claridad-, creo que ya te lo dije: nunca me
rendiré.
-¿Así que ahora tienes el valor de llamarme por mi nombre?
De un tirón brusco, Samuel la arrastró hacia el sofá. El movimiento fue tan repentino que Esther sintió un golpe agudo en la cintura contra el brazo del mueble, arrancándole un jadeo de dolor.
-¡Samuel! ¿Qué crees que estás haciendo?
-¿Qué creo que estoy haciendo? ¿No es obvio?
Samuel se arremangó con calma y ajustó su corbata. Se inclinó para sujetar las manos de
Esther.
-Esther -susurró con voz profunda-, esto es lo que siempre has querido, ¿no?