Capítulo 34
-¡Esther! ¡Espera!
Durante el receso, cuando Esther se levantaba para ir al baño, la voz de Samuel resonó a sus espaldas.
-¿Presidente De la Garza? ¿Sucede algo? -respondió ella, girándose para mirarlo con estudiada indiferencia, como si apenas lo conociera.
-Esther, no tienes límite. El terreno que el Grupo De la Garza tenía en la mira, y tú dispuesta a comprarlo hasta con pérdidas -la furia apenas contenida vibraba en su voz-. ¿Qué pretendes? ¿Desafiarme o llamar mi atención?
-Presidente De la Garza, está equivocado. Simplemente me gustó ese terreno, no tiene nada que ver con usted.
La sinceridad en la voz de Esther solo aumentó las sospechas de Samuel.
En ese momento, Anastasia apareció corriendo tras él.
-Señorita Montoya, hoy actuaste muy impulsivamente -intervino con fingida preocupación-. ¡Ese terreno te va a costar una fortuna!
Dirigió una mirada calculadora hacia Samuel antes de continuar:
-Sé que te incomodó que Samu me trajera hoy, señorita Montoya. Quieres enfrentarte al presidente De la Garza, pero no deberías ser tan imprudente. Al final, el dinero que pierdas, el presidente De la Garza tendrá que cubrirlo por la familia Montoya. ¿Para qué tanto esfuerzo?
Samuel soltó una risa cargada de desprecio.
-Esther, el precio que ofreciste, tú lo pagas.
-Presidente De la Garza, debe estar bromeando. Si yo hice la oferta, por supuesto que yo la pago -replicó ella con serenidad-. Después de todo, ya cancelamos nuestro compromiso, ¿no es así? Mis finanzas no tienen nada que ver con el presidente De la Garza.
-Tú… -el rostro de Samuel se ensombreció peligrosamente.
En ese preciso momento, Gabriel emergió de la sala de subastas. Al verlo, Esther elevó intencionalmente su voz con un tono meloso:
-¡Gabriel!
Ese simple nombre, pronunciado con tanta familiaridad, oscureció aún más el semblante de Samuel.
Esther se acercó a Gabriel y tomó su brazo con naturalidad.
-El receso está por terminar, ¿verdad? Gabriel y yo deberíamos regresar. Después de todo, he estado interesada en ese terreno de Bahía Dorada desde hace tiempo -hizo una cortés
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reverencia-. Presidente De la Garza, señorita Miravalle, nos adelantamos.
Anastasia sintió el aura gélida que emanaba de Samuel.
-Samu… -murmuró, sorprendida de que Esther se atreviera a mostrar tanta intimidad con
Gabriel frente a él.
Ese Gabriel que era su archienemigo declarado.
-Vaya con Esther, realmente la subestimé antes -Samuel apretó los puños con fuerza. Nunca había sido tan descaradamente despreciado.
Especialmente cuando Esther se marchó del brazo con Gabriel, como lanzándole un desafío
directo.
¿Acaso Esther realmente pensaba que él, Samuel, no podía vivir sin ella?
-Bianca.
-Presidente De la Garza.
-Ese terreno en Bahía Dorada, sube el precio a cinco mil millones. Si Esther quiere que Gabriel lo compre, haré que pierda hasta la última moneda.
-Presidente De la Garza… pero si Gabriel no muerde el anzuelo, entonces…
-Después de toda la publicidad que hemos hecho, no hay manera de que no muerda -sentenció Samuel con frialdad-. Hagamos que pague mil millones más. ¡Todo su esfuerzo
de este año se irá a la basura!
-Sí, presidente De la Garza.
En la sala de subastas, Esther y Gabriel ya ocupaban sus asientos.
-¿Así que voy al baño y me usas de escudo? -comentó él con indiferencia.
-¿No te sientes bastante bien viendo a Samuel con esa cara de pocos amigos, presidente
Bouchard?
-La verdad es que sí.
-Verás, con lo rencoroso que es Samuel, seguro intentará subir el precio a propósito para que pierdas más dinero.
-Parece que la señorita Montoya conoce muy bien a su futuro esposo.
¿Conocerlo bien? Los recuerdos de esos tres años miserables de su vida pasada la asaltaron. Podría decirse que había adorado a Samuel hasta el extremo.
Cuando Samuel le lanzaba una mirada, ella imaginaba que su actitud hacia ella estaba
cambiando.
Si Samuel le dirigía una palabra, ella se convencía de que finalmente había logrado derretir su
corazón.
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