Capítulo 28
Esther se quedó momentáneamente sin palabras, recordando con amargura aquella cena.
En aquel entonces, verdaderamente lo había hecho para ayudar a Samuel a recuperar su reputación, compartiendo comentarios malintencionados sobre Gabriel con algunas damas de
sociedad.
Pero nadie le advirtió que Gabriel guardaba los rencores con tanto ahínco.
Y más importante aún, ¿cómo habían llegado esos comentarios a sus oídos?
Esther respiró profundo para calmarse.
-Presidente Bouchard, Bahía Dorada solo vale quinientos millones. Fue Samuel quien falsificó los documentos, intentando engañarlo para que mordiera el anzuelo y perdiera dinero.
Gabriel la soltó y se dirigió al sofá. Se sirvió una bebida sin dignarse a mirarla.
-Continúa -dijo con tono gélido.
-El precio inicial de Bahía Dorada debe ser trescientos millones. Samuel hará que alguien infle el precio hasta cuatro mil millones, y entonces, presidente Bouchard… perderá más de tres mil millones -explicó Esther-. Así, la familia Bouchard sufrirá un golpe devastador, justo lo que Samuel busca después de que usted le arrebató el proyecto de construcción de la ciudad.
Gabriel dio un sorbo a su bebida.
-¿Cuánto te pagó Samuel?
-¿Disculpe?
-¿Qué beneficio te prometió Samuel para que vinieras a hablar en su nombre?
-No es así…
-Aunque claro, la señorita Montoya está tan enamorada de Samuel que no necesita dinero para tenderme trampas.
Esther no pudo contener una risa amarga ante el comentario de Gabriel.
Perfecto. Venía con buenas intenciones para advertirle, y él la atacaba justo donde más le
dolía.
Pero no importaba. Tampoco había esperado realmente que Gabriel le creyera.
Se acercó con determinación.
-Ya rompí el compromiso con Samuel, presidente Bouchard. Si no me cree, no hay nada que pueda hacer–declaró con firmeza-. Si el destino quiere que pierda dinero, ¿qué más puedo hacer yo? Me retiro.
-Espera -la voz de Gabriel mantenía su tono indiferente-. Dame una razón para creerte.
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-No puedo darle una razón -respondió Esther-. Pero podemos hacer una apuesta.
-¿Apostar qué?
-Si todo resulta como digo, entonces gano la apuesta. Y si gano, quiero que usted y la familia Montoya colaboren durante cinco años.
-¿Oh? La familia Montoya ya tiene a Samuel como apoyo, ¿aún necesita mi colaboración?
-Samuel, por Anastasia y por mí, nos cortó toda relación. Estos días ha estado atacando al Grupo Montoya sin piedad. Lo que hago es simplemente pagarle con la misma moneda.
-Suena razonable.
-Entonces, ¿acepta la apuesta?
-Acepto, pero eso no significa que te crea.
-Usted…
-Señorita Montoya, parece que sus calificaciones no eran muy brillantes. Además, para complacer a Samuel, parece no conocer límites -comentó con desdén-. ¿Quién me asegura que esto no es otra trampa que están tendiendo juntos?
-Yo…
-Sin embargo -continuó Gabriel con calma-, esta noche la subasta del terreno revelará la verdad. Si resulta como dice la señorita Montoya y pierdo, por supuesto aceptaré mi derrota. Aunque, sinceramente, no confío mucho en usted.
Esther nunca imaginó en su vida anterior que Gabriel fuera un hombre tan venenoso y rencoroso. De haberlo sabido, jamás habría hablado mal de él a sus espaldas.
Esbozó una sonrisa que apenas mantenía la cortesía.
-Presidente Bouchard… créalo o no.
Con estas palabras, salió y cerró la puerta con determinación.
Tras su partida, el semblante de Gabriel se endureció mientras llamaba a su secretario.
-En la subasta de terrenos de Bahía Dorada de esta noche, asistiré personalmente -ordenó con voz cortante.
En el pasillo, Clara llevaba casi una hora esperando en el séptimo piso.
-¿Qué tal? ¿Conseguiste el dinero? -preguntó al ver salir a Esther.
-Eso creo.
A pesar de sus burlas y desplantes, Gabriel, aunque no lo demostrara, seguramente ya había comenzado a dudar.
El dinero, sin duda, estaba prácticamente asegurado.
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