Capítulo 23
-Pero… usted siempre ha querido ver a la señorita Montoya rendirse, ¿no es así?
-Lo que quiero es verla sin esperanza, aislada y sin ayuda -una chispa gélida destelló en los ojos de Samuel mientras añadía-: Quiero que se arrodille y le pida perdón a Anastasia.
Mientras tanto, Esther había seleccionado algunos productos de cuidado personal y suplementos en el centro comercial.
Justo cuando se disponía a bajar por un café, notó por el rabillo del ojo a un guardia de seguridad vestido de negro que la venía siguiendo.
El guardia era tan poco discreto que llamaba la atención de todos los transeuntes.
Al percatarse de esto, Esther no pudo evitar sacudir la cabeza con una sonrisa leve.
“Samuel realmente me sobreestima“, pensó. “¿Teme que lastime a Anastasia, o solo quiere verme agobiada por los problemas de la empresa?”
Sin prisa alguna, después de comprar su café, Esther se internó entre la multitud del centro comercial.
El guardia, al verla, intentó seguirla rápidamente, pero ella caminaba demasiado veloz y además se dirigía intencionalmente hacia las zonas más concurridas. Lo perdió de vista en
cuestión de minutos.
-¡Bianca, la perdí! -informó el guardia por el auricular bluetooth.
Del otro lado de la comunicación, Bianca recibió la noticia y se la transmitió a Samuel.
-¿La perdieron? -Samuel frunció el ceño con disgusto. ¡Qué incompetente! Que se quede vigilando afuera de la casa de los Montoya.
Samuel miró hacia el exterior, donde el cielo ya se había oscurecido.
-También es hora de volver a casa -añadió con tono cortante.
-Sí, presidente De la Garza.
En la residencia De la Garza, Bianca condujo a Samuel hasta la entrada principal.
-Presidente De la Garza -comentó Bianca con cautela-, debido al asunto de la señorita Miravalle, su abuela no ha estado muy contenta estos días. Sería prudente que usted se disculpara con ella.
-Al final de cuentas, es mi abuela -respondió Samuel con resignación.
Al abrir la puerta de la sala, donde las luces estaban encendidas, se escuchaban las risas de
Montserrat.
-Eres la única que me hace reír y me alegra el corazón -decía la matriarca entre carcajadas.
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Capitulo 23
El sonido de la risa de Montserrat hizo que Samuel frunciera el ceño con extrañeza.
¿Cómo era posible que su abuela, que había estado de tan mal humor estos días, de repente riera con tanta alegría?
Cuando Samuel entró, encontró a Esther aplicándole una mascarilla facial a Montserrat en la sala.
Sobre la mesa reposaban los productos que había comprado en el centro comercial, mientras
ambas charlaban animadamente.
Al contemplar esta escena, el semblante de Samuel se ensombreció. Así que Esther no había venido a rendirse ante él, sino a ganarse el favor de su abuela.
Realmente había subestimado a esta mujer.
-¡Esther! ¿Quién te dio permiso para venir? -espetó con dureza.
El ambiente se enfrió de inmediato, pero Esther simplemente ignoró su presencia.
-Doña Montserrat, ¿te sientes más cómoda con la mascarilla? -preguntó con una sonrisa
dulce.
Montserrat le dio unas palmaditas cariñosas en la mano.
-Mucho más cómoda, ¡mucho más que con cierto nieto que tengo! -respondió con
satisfacción.
-Ay doña Montserrat, no te burles de mí -dijo Esther con voz suave pero punzante-. Si el presidente De la Garza se molesta, luego se desquitará conmigo.
Esta respuesta terminó de enfurecer a Samuel.
Desde que había entrado, Esther ni siquiera se había dignado a mirarlo. Y ahora se quejaba con
su abuela en su propia cara.
¿Era esto una táctica de atracción por rechazo? ¿O un desafío deliberado?
En efecto, al siguiente instante Montserrat adoptó una expresión seria.
-Samu -interpeló a su nieto-, te dije que te disculparas con Esther. ¿Realmente hiciste lo que te pidió tu abuela?
-Abuela, ya me disculpé con la señorita Montoya -respondió Samuel entre dientes, clavando su mirada en Esther.
¡En ese momento, realmente deseaba poder hacer pedazos a esa mujer!
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