Capítulo 11
-Lo siento, pero la herencia que acabas de mencionar ya no te pertenece -la sonrisa de Esther era apenas perceptible, su tono destilando condescendencia.
Los rostros de Olimpia y Saúl se encendieron de furia, el color extendiéndose hasta sus cuellos. De pronto, una voz sorprendida interrumpió desde el pasillo.
-¿Presidente De la Garza? ¿Cómo que está usted aquí? -exclamó una de las sirvientas.
Esther frunció el ceño al escuchar esas palabras. Efectivamente, Samuel se encontraba de pie en el marco de la puerta, observando la escena con una sonrisa fría.
Era evidente que había presenciado todo lo ocurrido en la habitación. Esta nueva faceta agresiva de Esther era algo que nunca había visto antes.
Al notar su presencia, Olimpia inmediatamente adoptó una expresión servil.
-¡Presidente De la Garza! Debió avisarnos que venía, para recibirlo como se debe -exclamó con una sonrisa melosa.
-No es necesario, solo vine a decir algo y me retiro -respondió Samuel con tono neutro,
ocultando sus emociones.
-¡Claro, claro! -Olimpia prácticamente resplandecía de alegría mientras empujaba a Saúl fuera de la habitación-. No se preocupe, presidente, ya nos vamos. ¡Mandaré a que les preparen algo de tomar!
No olvidó cerrar la puerta al salir, dejándolos solos. Esther conocía demasiado bien estas tácticas baratas de Olimpia.
Si se corriera el rumor de que Samuel había estado a solas con ella en su habitación, la gente asumiría que ya era “su mujer” y temía que después ningún otro hombre se atreviera a cortejarla.
Después de todo, en Cancún nadie se metía con lo que Samuel consideraba suyo.
Sin dudarlo, Esther abrió la puerta de par en par.
-Presidente De la Garza, lo que tenga que decir podemos hablarlo abajo -señaló con firmeza-. Ya que nuestro compromiso está roto, estar a solas podría generar chismes innecesarios.
Aunque vivían en una sociedad moderna, la mayoría mantenía una mentalidad anticuada y maliciosa. Un hombre y una mujer solos en una habitación cerrada siempre despertaba sospechas.
Samuel soltó una risa sarcástica.
-Esther, frente a mi abuela te haces la víctima indefensa, pero en tu casa maltratas a tu madre y hermano. Realmente te subestimé antes.
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Capitulo 11
-¿Yo los maltrato? -Esther rio como si hubiera escuchado un chiste particularmente gracioso. Era obvio que Samuel no había escuchado toda la conversación y malinterpretaba sus intenciones, creyendo que quería apropiarse indebidamente de la herencia familiar.
Pero no importaba. Mientras más la detestara Samuel, mejor. Lo ideal era cortar todo vínculo con él lo antes posible.
-Tiene razón, presidente. Soy exactamente esa clase de mujer hipócrita y traicionera que usted cree. No merezco que se tome la molestia de venir especialmente a verme.
El desprecio en los ojos de Samuel era evidente.
-Si no fuera porque mi abuela me pidió que viniera a disculparme contigo, ¿crees que estaría aquí? Esther, de verdad te crees demasiado importante.
-Ah, con que fue doña Montserrat -respondió con calma-. No se preocupe, presidente. Yo me encargo de hablar con ella, no le causaré ningún problema.
Esther señaló hacia la salida.
-Si ya terminó de decir lo que vino a decir, la escalera está por allá. Con permiso, no lo acompaño.
Como si no la hubiera escuchado, Samuel se acercó amenazadoramente.
-Te lo advierto, Esther. Deja de hablar mal de mí con mi abuela -su voz era un gruñido bajo-. Si se entera lo de Anastasia cortándose las muñecas…
El aura intimidante que emanaba sugería que podría hacerla pedazos en cualquier momento.
El corazón de Esther se encogió. Sabía perfectamente que para Samuel nadie era más importante que Anastasia.
Cualquier cosa que afectara a Anastasia era como tocar el punto más sensible de Samuel. No la dejaría salirse con la suya tan fácilmente.
-No se preocupe, presidente De la Garza. Me encargaré de aclarar el asunto de las noticias con doña Montserrat. No mencionaré a la señorita Miravalle.
-Más te vale -Samuel retrocedió y se marchó sin mirar atrás.
En la planta baja, Olimpia acababa de preparar una bebida cuando vio a Samuel dirigirse apresuradamente hacia la salida.
-¡Presidente De la Garza! ¿No se queda un rato más? ¡Presidente! -llamó desesperadamente.
Samuel ni siquiera se detuvo, dejando a Olimpia furiosa y frustrada.
-¡Ni siquiera puedes retener a un hombre! -gritó señalando hacia la habitación de Esther-. ¿Qué más sabes hacer? ¡Eres una completa inútil!
Desde su posición en el segundo piso, Esther escuchó los insultos mientras caminaba
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21.00
lentamente hacia el pasillo. Su mirada helada se clavó en Olimpia desde lo alto.
Olimpia sintió un escalofrío al encontrarse con esos ojos fríos como el hielo. ¿En qué momento
la dulce y sumisa Esther había desarrollado una mirada tan intimidante?
Si realmente llegaba a heredar el Grupo Montoya…
No, tenía que pensar en algo. ¡No podía permitir que este acuerdo se arruinara!
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