Capítulo 10
Al ver el documento de transferencia, el rostro de Olimpia cambió instantáneamente. Su voz se tornó melosa, casi suplicante.
-Mira, Esther, Saúl es tu hermano después de todo. Si él se hace cargo de la empresa, será por el bien de la familia Montoya, para asegurar que haya quien continúe el legado -intentó razonar-. Así tú podrás casarte tranquila con el presidente De la Garza. ¿No te parece la solución perfecta?
Inmediatamente después, jaló a Saúl hacia ella.
-¿Qué estás esperando para disculparte con tu hermana? -lo regañó-. ¿Quién te dio permiso de meterte a su recámara así nada más?
Saúl torció el gesto con disgusto.
-¡De cualquier manera la familia Montoya va a terminar siendo mía! -espetó-. ¡Esta ingrata se atreve a romper su compromiso, echando a perder mi futuro! ¡Por supuesto que tengo derecho a pedirle explicaciones!
Esther observaba la escena con frialdad calculadora. No podía creer que su “hermano”, a su corta edad, ya se considerara el futuro señor de la familia Montoya. Claramente, este era el resultado de la meticulosa manipulación de Olimpia.
-Este muchacho no sabe ni lo que dice, Esther, no le hagas caso -intervino Olimpia, sin quitar los ojos del documento-. Dame eso, yo lo guardaré por ti.
El contrato establecía claramente que Saúl podría tomar las riendas de la empresa al graduarse de la preparatoria. Madre e hijo habían esperado tanto por esto que no podían arriesgarse a perderlo ahora.
-¿Tanto lo desea, señora? -preguntó Esther con una sonrisa que no llegaba a sus ojos.
-Sí… comenzó Olimpia, pero antes de que pudiera terminar, un sonido cortante la interrumpió.
El contrato en manos de Esther quedó partido por la mitad.
Olimpia palideció instantáneamente mientras Saúl rugía de furia.
-¡Esther! ¿Qué diablos haces? ¿Quién te crees que eres para romperlo?
Saúl intentó arrebatarle los pedazos, pero Esther fue más rápida. Con movimientos deliberados, terminó de destrozar el documento, dejando caer los fragmentos como confeti frente a ellos.
-La familia Montoya jamás caerá en manos de Saúl -declaró con voz gélida-. Señora, hermanito, mejor váyanse ahorrando las energías.
-¿Qué estás diciendo? -protestó Olimpia-. Si no le dejas la compañía a tu hermano, ¿a quién piensas dársela? ¡La familia Montoya solo tiene a Saúl como varón! Tú…
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Capitulo
-Seamos honestos la interrumpió Esther-. Saúl ni siquiera es hijo biológico de mi padre. He decidido tomar el control de la empresa personalmente. Además, cuando papá falleció, dejó muy claro en su testamento que la empresa quedaba bajo mi administración. A ustedes solo les corresponden cinco millones y dos habitaciones de la casa.
-¡¿Qué?! -Saúl estaba atónito-. ¡Es imposible que papá solo nos haya dejado cinco millones! ¡Seguro alteraste el testamento!
La fortuna de la familia Montoya ascendía a varios miles de millones. Aunque no se comparaba con el imperio De la Garza, eran una de las familias más prominentes de Cancún.
-Si no me crees, puedo pedirle al abogado que traiga el testamento para que lo vean todos -comentó Esther como si acabara de recordarlo-. Ah, y por cierto, el documento especifica que el Grupo Montoya es mi herencia. Hermanito, señora, mejor dejen de hacerse ilusiones. Y si se les ocurre intentar algo… no me culpen si después no tengo consideración.
Observando las expresiones atónitas de Saúl y Olimpia, Esther soltó una risa sin humor.
En su vida anterior, al recibir el testamento, había pensado que revelar la distribución de la herencia lastimaría los sentimientos de Olimpia y su hijo. Por eso nunca les mostró el documento, permitiendo que derrocharan a su antojo.
Ingenuamente había creído que Olimpia la consideraba una verdadera hija y actuaba por su bien. Nunca se dio cuenta de que solo buscaba casarla para allanarle el camino a su propio hijo.
Si no fuera por los recuerdos de su vida pasada, donde Saúl dilapidó la fortuna familiar en tres años y ambos la amenazaron para que cediera los activos del Grupo De la Garza, jamás habría visto la verdadera naturaleza de esta pareja.
Ahora entendía por qué Samuel pudo abandonarla tan fácilmente en esa otra vida: la heredera de la familia Montoya ya no tenía valor para ser explotada.
-Esther… lo que acabas de decir… ¿es verdad? -la voz de Olimpia temblaba ligeramente.
Si Rafael Montoya había sido tan despiadado, ¿qué sería de ella y su hijo? ¿Tendrían que vivir el resto de sus vidas con esos miserables cinco millones?
Esther se acomodó en una silla cercana con elegancia estudiada.
-Parece que la señora Montero no me cree -comentó con tono casual-. No hay problema, ahorita mismo llamo al abogado para que traiga el testamento. Así quedará todo más claro,
¿no cree?
-¡Mamá! ¡No le hagas caso! -intervino Saúl, fulminando a Esther con la mirada-. ¡Todo es mentira! ¡Papá jamás nos haría esto! ¡Solo está ardida porque se le arruinó su boda con Samuel y quiere quedarse con todo! ¡Mamá, yo soy el hijo heredero de la familia Montoya! ¡La empresa debe ser mía por derecho!
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